Me sopló ayer un veterano observador de la cultura malagueña que los malagueños ya pudieron disfrutar de obras de Alexander Calder tiempo ha, en el lejano 1997, en una magna exposición organizada por la Sociedad Económica Amigos del País. Recordarlo me parece algo necesario. Porque en este desarrollismo artístico en que vive la autodenominada ciudad de los museos conviene echar la vista atrás de vez en cuando, para darnos cuenta de que, quizás, lo de ahora no es una supernova que surgió de la nada, que hace más de dos décadas ésta ya era una capital con inquietudes, con agentes culturales que se batían el cobre para traer a artistas de los verdaderamente importantes. Sí, ahora empezamos a estar acostumbrados a tener ante nuestras narices piezas de Chagall, Warhol, Dine y el resto de popes imaginables de la creación contemporánea, gracias a la importante inyección económica que el Ayuntamiento de Málaga y la Junta de Andalucía dedican al capítulo museístico y que tanto facilita las cosas en esto del arte. Pero en aquel 1997 sin Festival de Málaga,sin Museo Picasso Málaga, sin, en fin, partidas presupuestarias millonarias para el arte y alrededores, mucho me temo que la tarea de traerse obras de Calder resultaría bastante más complicada. Recordemos y aplaudamos a aquellos valientes de la cultura.