Cómo son los hombros de una adolescente. Cuánto aguantan. Greta Thumberg tiene 16 años, nació el 3 de enero de 2003. Se echó encima la responsabilidad global de luchar contra el cambio climático siendo casi una niña aún. Bueno, ella y quienes en su familia la dejaron. Habría que hablar, delicadamente, sobre eso. No es bueno tanto peso para la columna, tanto foco para los ojos, tanta foto para la cabeza de nadie. Menos para una chica en crecimiento, aunque en algunos aspectos demuestre ser grande. A la brillantez de la combativa Greta hay que sumar su tremenda determinación, basada, al menos en parte, en un 'superpoder': hacer del defecto virtud. El 31 de agosto escribía en su perfil de Twitter: «Tengo Asperger y eso significa que a veces soy un poco diferente de la norma. Y ser diferente es un superpoder». Pero también Greta ha demostrado sus poderes enfrentando la 'broma' que le ha dedicado Trump, del que hay que recordar cada vez que se le nombra, por obvias razones que a nadie se le escapan, que es el presidente electo de los EEUU. Tras el emocionado discurso de la activista en la ONU, Trump le respondió también por Twitter, más o menos de la misma manera que suele hacer el presidente del Málaga, Al-Thani, mientras el club malaguista sucumbe a su peculiar y caprichosa manera de relacionarse con la realidad: «Parece una chica joven y feliz que espera un futuro brillante y maravilloso. ¡Qué bonito!» Ese qué bonito tan poco bonito y menos graciosito aún, supongo, fue lo que hizo reaccionar a Greta para cambiar rápidamente el enunciado que la define en su perfil de Twitter y poner éste: «Una chica joven y feliz que espera un futuro brillante y maravilloso».

Hay que cuidar a Greta. De Juana de Arco sólo quedaron algunos huesos mal quemados, unos pocos libros (a mí me gusta el de Mark Twain) y una decena de películas: Juana de Arco, de De Mille, 1916, muda; La pasión de Juana de Arco, de Dreyer, 1928, un tratado sobre cine, también muda; la de Víctor Fleming con Ingrid Bergman, 1948; la que también Ingrid Bergman rodó con su marido, Rosellini, en 1954, en una versión más personal y surrealista; la de Preminger de 1957 con Jean Seberg como Santa Juana, La dama de hierro; la de Bresson en 1962 que, como Dreyer, se acercó al juicio y la condena de Juana; la de 1994 en la que Jacques Rivette descargó el peso de Juana en la frescura de la actriz Sandrine Bonnaire; o las dos de 1999, una encarnada por Milla Jovovich, a quien Luc Besson ya había dirigido en El quinto elemento, y una miniserie de tres capítulos televisivos protagonizada por una muy joven actriz llamada Leelee Sobieski que contaba al gran público la vida de la santa guerrera. Parece lejos la Guerra de los Cien Años y hoy los fuegos, más que de hoguera, son mediáticos y políticos, pero queman lo mismo.

Pronto la Garbo dejará de venirle a la cabeza a nadie cuando alguien diga Greta (quizá lleve ya tiempo ocurriendo). El siglo XX se está quedando atrás y consuela saber que, aunque en este gas cotidiano los referentes culturales que lo consolidaron corren el riesgo de disiparse en las mentes de los llamados milenials, también sus servidumbres y miserias desaparecerán. Las gretas y los gretos que siguen a Greta, merezca Thumberg o no el futuro que quizá le espera tras esta exposición insoportable, creen poco en su propio futuro. Quizá por eso defienden el de la humanidad entera.