Thomas Cook, padre de los viajes organizados, acaba de reinventar el caos al diseminar a seiscientos mil viajeros a lo largo y ancho del globo sin aclararles cómo volver a casa. Se pone uno de puntillas para verlos a vista de pájaro, pobres, yendo de una ventanilla a otra de nuestro aciago mundo, y le viene a la memoria aquella aliteración hermosa de la Eneida: «Aparent rari nantes in gurgite vasto» («escasos náufragos aparecen en el vasto mar»). Es cierto que algunos de estos náufragos (en torno a ciento cincuenta mil) se hallan concentrados en los aeropuertos de las Canarias, las Baleares y otros lugares turísticos de masas. Pero la mayoría son como garbanzos cuyas cabezas flotan en la superficie de un potaje con escasas legumbres. Pocas cosas peores que hacer cola en una ventanilla. Me he visto en tal situación en aeropuertos de ciudades desconocidas y puedo asegurar que no hay ventanilla amable. En unas no hablan tu idioma ni tú el suyo. En otras, te piden documentos que no llevas encima. Las hay en las que la foto de tu pasaporte no coincide con tu rostro actual. En casi todas te solicitan que regreses mañana. El infierno del «vuelva usted mañana», de Larra, lo están viviendo ahora mismo más de medio millón de turistas que adquirieron un paquete en el que todo estaba incluido. Todo, menos el naufragio del que son víctimas jóvenes, ancianos y niños, que se arrastran por los pasillos de las instalaciones aeroportuarias tirando de una maleta en la que dan la impresión de llevar sus vísceras.

Urge la aparición de una agencia de viajes que no sea una agencia de viajes, pues quién se fiará a partir de ahora de las agencias de viajes que son agencias de viajes. Si falla Thomas Cook, que era la más solvente y la más grande, ¿qué pensar de la que tenemos en la esquina de nuestra calle, con un mapa de las Bahamas maltrecho en el escaparate? Estos días se anuncia mucho por la radio un «banco no banco». Se publicita así porque nadie se fía ya de los bancos-bancos. Nos han dado el suficiente número de disgustos como para huir de su compañía. El banco-banco de siempre era, por cierto, muy aficionado a las ventanillas. Recelen ustedes de los negocios con ventanilla porque tarde o temprano se la cerrarán en sus narices. Para eso se inventaron.