Tiempo de elecciones, tiempo para retirarse a leer historietas, a divagar sobre el pasado, a esperar la llegada de las setas, acaso ese copo de nieve ritual en las alturas montañosas... tiempo de dedicarse a diálogos, a monólogos, a las nubes, a la comida, al ayuno, es decir, a cualquier empeño excepto el de seguir la campaña electoral y los aspavientos de nuestros líderes (¡qué denominación tan jocosa!).

Frente a la monotonía estática de los mensajes se impone crear la estética fluyente de la divagación, adornada siempre -y esto es indispensable- con el acento circunflejo de la ironía, tenso el arco que ha de disparar la flecha del humor destructor.

Frente a los latiguillos del mitin, el latigazo de la libertad.

Frente al entierro de las ideas, nada de lloros como es usual en los entierros, sino la horadante y divertida mirada del hombre irisada por la displicencia.

Es un período -este de la digestión de insultos amasados en la inanidad y en la injuria- en el que todo se hace imaginario y aun fantasmagórico porque las palabras, los mensajes repetidos en los medios de comunicación, salen en puridad de unas sombras. Quiero creer que cansadas de ser sombras pero incapaces de hacer cosa distinta al esfuerzo de gesticular ficciones y patrañas.

Es la época de los actores de cartón piedra en escenarios de cartón piedra. Época de siluetas, de perfiles inconsistentes, de almas apagadas por la rutina del verbo manoseado y flácido, masturbado sin gracia. Es el reino de la palabra convertida en espectro.

O, si se prefiere, de la flatulencia.

Saben los contempladores agudos de la vida que el tópico es como una medicina caducada, como una pastilla efervescente que ha perdido la efervescencia. O como ese proyectil que fue de un cañón vomitador de fuego pero que ahora no nos sirve más que para sujetar los papeles que tenemos encima de la mesa.

Por eso, frente al culto al tópico, la liturgia de la indiferencia.

El hosanna vibrante y desafiante a la discrepancia. En su compañía se verá cómo acuden en nuestro auxilio la audacia mental, la euforia y hasta también la energía creadoras, el apetito erótico y hasta la gracia santificante.

Es tiempo de rubricar las palabras vacuas con estornudos en lugar de aplausos. Y es tiempo de crear una romería de bufones, bailarines y sátiros para que completen el paisaje que quieren monopolizar las ceremonias electorales.

Es tiempo, en fin, de atronar el espacio con músicas y versos burlones, remolinos de la vida.

Pues se extiende el temor de que, al cabo, en el Congreso de los diputados no brillen más que las calvas.