Intensa semana de declaraciones políticas sobre el Málaga Club de Fútbol. Malo. Como regla general, cuando se escuchan las genéricas declaraciones de un alcalde -con la voluntad de tocar todos los temas pero con la liviandad de un rayo de sol a través de un cristal, sin romperlo ni mancharlo- es como cuando vemos una pequeña rugosidad en la manzana que tenemos en el frutero desde que nos hicimos la propuesta de desayunar sano: el inicio de la decadencia. Se cree que el Málaga C.F. es un golem, esa criatura hecha de barro que, metiéndole un papel en la boca, cobraba vida al servicio de quien lo había animado. En este caso, más que papel, parece que se busque meter una papeleta electoral, y el rito consiste en dar vueltas alrededor de la rotonda de Al-Thani, hablando de la importancia del Málaga para la ciudad, con una pancarta en la que aparece un PERO enorme: es su propietario quien tiene que hacer lo que tiene que hacer.

Porque es el propietario, que ha pasado de héroe a villano, quien tiene que tomar las medidas que garanticen la viabilidad y supervivencia del club y que venderá o se quedará según le convenga, independientemente de las instrucciones de baile que le indique el regidor municipal, ahora convertido en consultor áulico de empresas deportivas. ¿Puede ayudar la administración? Claro. No es la primera vez que el Ayuntamiento, por sí o por otros bajo su paraguas, destina fondos públicos a actividades que, a su juicio, son interesantes para la promoción de la ciudad, apuestas que normalmente vienen acompañadas por informes que hablan de espectaculares retornos, beneficios para la imagen de Málaga e ingresos esperados que son una mina. ¿Merece el Málaga C.F. esa ayuda? Ahí es donde hay que mojarse, alcalde.