Votar dos veces en unas generales en poco más de seis meses no es tan grave: el voto sólo lleva un ratito y la información puede recibirla uno a través de la atmósfera, sin necesidad de prestar atención. El problema está en los ciclos, pues somos cíclicos, y tenemos ya internalizado el de la política, con sus fases: emoción del acercamiento, pasión, introducción del voto en la urna, juegos y movimientos de ajuste, goces del poder, meseta, repetición de roles, cansancio, melancolía, sensación de caída, salida del poder, y vuelta a empezar, todo ello a lo largo de más o menos cuatro años. En una investidura fallida, y más cuando hay reintentos posteriores que fracasan también, se ha frustrado el ciclo en su fase ascendente, y cada votante lo experimenta en su registro emocional de ciclos con cierta desolación. También con un punto de rencor hacia quienes le han cortado la elección.