Todas las existencias están plagadas de dudas y de alternancias. Bueno, excepto la del rivereño don Albert, quizá, que mantiene activas todas sus infinitas coherencias contradictorias, especialmente desde que las campanas suenan a rebato y él no da con la habitación del pánico. Don Albert, con sus cosas, es, sin duda alguna, el capeón de campeones de la crónica de la España política de nuestros días, que avanza con paso firme hacia el podio olímpico de lo vergonzante.

Pero yo no iba a esto. Esto se me ha escapado, pido disculpas...

A lo que iba es a juntar palabras sobre el particular de la coherencia que preside el turismo malagueño, el de Málaga, la capital. «Que sí, que sí, que sí, que sí, que La Parrala tiene un amante; que no, que no, que no, que no, que ella no quiere más que a su cante». Esta copla tiene otra vez vigencia por la nueva salida a escena de la tasa turística, la ecotasa. Y van...

Y ahí estamos los turísticos de pro, tarareando la ecotasa como un orfeón desafinado: Que sí, que sí, que la ecotasa busca un amante; que no, que no, que a la ecotasa no hay quien la aguante... Craso error.

Casualmente, anoche, de madrugada, me tropecé con la ecotasa y me lo contó. Estaba sola, sentada en una de las sillas sacadas a la puerta de la nueva Alameda Principal, como las sillas de antaño en verano, arremolinadas a las puertas de las casas para el chachareo nocturno. ¡Qué tiempos...!

La pobre ecotasa lucía transida, desmazalada, apática, abatida... por la irresponsable indecisión turística respecto de su implementación, que es inevitable. En su mano derecha sostenía una margarita y con la izquierda la deshojaba pensando en nosotros, los turísticos: me quieren, no me quieren, me quieren, no me quieren... Porque la desconocía, me sorprendió sobremanera la acusada zurdera de la ecotasa. Nada que ver con su oído esta zurdera, sino con la lateralización simétrica de su cerebro, eso es todo. Pero, aun así, prefiero señalarlo no sea que algún ciudadano -rivereño o no-, resabiado por el azogue escénico, confunda las lateralizaciones simétricas cerebrales con las faltas de ortografía del que escribe. Por eso, mejor aclararlo...

La verdad es que este angelito bueno, la ecotasa, tiene razones para sentirse injustamente repudiada, porque lo nuestro con ella, como dicen los posmodernos, ¡es muy fuerte, oye...! Toda la vida huyendo de ella, so pueriles pretextos, como, por ejemplo, el de que su implementación afectaría a la ocupación de los destinos. O sea, que mejor no ir al optometrista porque las gafas que nos permitirían ver con nitidez costarían dinero. Hermosamente cándido el subterfugio, ¿verdad?

Por cierto, ¿habrá por ahí algún optometrista que gradúe y aguce la visión turística? Y, si lo hubiera, ¿nos ayudaría a tomar consciencia de que, cueste lo que cueste, más vale invertir en medidas preventivas que achiquen el desgaste por insostenibilidad, que esperar a que las cataratas turísticas nos cieguen del todo?

Un clásico cuyo nombre no recuerdo en este momento -Tiberio, quizá- sentenció que «mal asunto es tener a un lobo sujeto por las orejas, porque ni sabes cómo soltarlo ni cómo seguir sujetándolo», o algo así. Y de ello, por simple silogismo, deduzco que sería deseable que, de una vez por todas, los involucrados en la gestión turística nos enteráramos de que la sostenibilidad turística ya es una loba rabiosamente embravecida y que nosotros, per in sæcula sæculorum, pretendemos mantenerla sujeta solo por las orejas. Allá nosotros...

El inveterado argumento de que cobrar un importe de entre uno y cinco euros por día incidiría directamente en la decisión del potencial consumidor turístico es una falacia que no se sostiene, ni se sostendrá nunca, y, abundo en ello, si aisladamente se produjera como excepción que confirmara la regla, ese consumidor turístico no es al que Málaga debe aspirar.