Estás y ya no estás. No me pongo música para escribir esta columna. Anteayer vi la noticia de un suceso repetido en el periódico. Otro accidente de tráfico. Había desayunado con mi hermano en el polígono El Viso de Málaga, una de esas zonas industriales de las ciudades que tanto se parecen entre sí. Mi hermano iba en moto. La breve información sólo destacaba que se había producido la muerte de un motorista por el impacto contra un coche, en la zona del cruce de la autovía con la zona comercial y ocio denominada Plaza Mayor. Poco más. Estuve por llamar a mi hermano. Lo he hecho otras veces. Pero la presión diaria, la de esas cosas que creemos lo importante, hizo que se me pasara hacerlo. Ya he escrito que cuando leemos que alguien enferma o tiene un accidente y muere solemos pensar que eso les pasa a los demás. Pero, para los demás, los demás somos nosotros. Todos somos los demás y nada, o todo, lo mismo da, está escrito.

Luis Martínez no era ni Luis ni Luis Martínez Cabañero -su nombre completo-, era ‘Luismartínez’. Siempre mantuvo cierto sello personal que le hizo único entre sus compañeros. Era el hombre tranquilo de los realizadores de televisión. Llegó a Canal Sur en 1989. También yo. Nació en 1964, en abril. Yo en marzo. Ya estaba en el primer programa de televisión que hice como presentador. Su determinación a la hora de pinchar el plano adecuado era casi budista. Lo mío era mucho más impulsivo, peor. La vida me ha obligado a templar y me ha achicado ese ego que nunca te permite crecer como persona, pero que es necesario para ponerse delante de un micrófono o una cámara. Pero él ya era el mejor él desde el comienzo. No le hizo falta acumular años, como a mí. Ni siquiera necesitó para eso el cáncer de próstata con el que andaba bregando con singular dignidad cuando se montó anteayer en la moto para ir al centro de producción de Canal Sur en Málaga. Iba, en vez de asistir al comité de antena en Sevilla, a echar una mano, como siempre, a los compañeros que se enfrentaban al segundo día en directo de las recién estrenadas mañanas de la televisión andaluza. Con algunos de ellos había estado la noche del lunes revisando la escaleta, implicado con la fuerza que le daba la nueva etapa que estaba viviendo cuando, quizá, más falta le hacía el cargo con que la nueva dirección de la RTVA le venía a reconocer su trayectoria y su sereno liderazgo entre compañeros que, más que compañeros, muchos, eran amigos que hoy le lloran.

Tras un paréntesis de 21 años he vuelto a hacer radio en la casa a la que ambos llegamos hace treinta. Volvimos a coincidir en el día a día. Pero Luis murió en el acto cuando el coche del que hablaba el periódico le alcanzó por detrás. Teníamos conversaciones pendientes. Me quiero consolar con la idea de que murió estando feliz. El dolor de estas muertes inesperadas es inmensurable para los seres queridos, sin tiempo para prepararse ni pensarlo siquiera. En sus hijos y en Charo, su mujer, pienso. Como es insustituible toca recordarle siempre. Y trabajar bien en su nombre. E incluso seguir soñando. Porque toda la vida es sueño y...