Le han dado el Nobel de Física a Michel Mayor . Yo tampoco sabía quién era. Ya saben ese viejo adagio de Chesterton: «El periodismo consiste esencialmente en decir 'Lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que Lord Jones estaba vivo». Dice el nuevo Nobel que «no hay sitio para Dios en el universo». Pues no me viene nada bien. La verdad es que yo, al leer tal proclama, viendo corretear a mi hijo feliz por la casa, dando recién duchado el primer sorbo al café y sintiendo el tacto de una buena camisa recién planchada pensé que no. Que hoy me venía mal que Dios no existiera, que a alguien hay que darle las gracias por estar vivo.

O sí, tal vez Dios no exista y estamos así de solos, rodeados como él dice -el Nobel, no Dios- de planetas remotísimos a años y años luz a los que nunca podremos llegar. Ya ves tú, yo que hace tiempo me hice a la idea de que nunca conocería Montevideo y que lo tengo chungo hasta para ir algún día a Islandia, me afecta poco que mis descendientes, si es que no los ha matado el cambio climático o una guerra mundial nuclear, no puedan llegar a Exilon BC o a Macacus ZX, que esa es otra, hay que ver la poca imaginación para nombrar planetas y estrellas, con lo fácil que es hacer como con las calles, ponerle nombres de personas. No sé yo por qué no puede haber un planeta que se llame Kennedy o Cervantes, Einstein o Cruyff. O Rocío Jurado o Madame Curie o Rosalía de Castro. Pues resulta que Cervantes tiene dos lunas y tres mares. Y en ese plan.

Nos preocupa mucho estar solos en el universo, y eso está bien como asunto filosófico, pero tampoco estaría mal preocuparnos por la cantidad de gente que se siente sola en nuestro barrio. En nuestro edificio. Los exoplanetas, planetas muy lejanos, dan más vueltas que un burro alquilado pero aquí al lado, en mi calle, veo yo desde la ventana al jubilado que mata su tiempo dando y dando vueltas a la zona.

Un saludo aquí, un café allá, una charleta con el lotero, un paseo al perro, vuelta a bajar a comprar el pan, el día que avanza lento, el reloj que dicta sentencia y anuncia la inmensa tarde vacía y solitaria. Mis hijos igual vienen el domingo, le dice a alguien. Que lo mira como si fuera de otro planeta. Lejano. Pero no nos pongamos tristes. Por Dios.