Los cambios de orientación de Albert Rivera, líder de Ciudadanos, ya no sorprenden a casi nadie (con excepción de algunos de sus militantes que, mareados de tanto trasiego, se han apeado en marcha). Al señor Rivera lo hemos visto firmando un pacto con el socialista Pedro Sánchez cuando ambos aspiraban a suceder a don Mariano Rajoy. Y lo hemos visto renegar de cualquier pacto con ese mismo señor. A última hora, en vísperas de agotarse el plazo antes de una nueva convocatoria electoral, y con su partido a la baja en las encuestas, ofreció a los socialistas un acuerdo que no fue aceptado por estos. Guiarse por las encuestas en tiempos de mudanza ideológica e inconcreción política tiene el peligro de caer en el oportunismo. El mayor éxito del señor Rivera se produjo cuando su partido, liderado por una joven y guapa Inés Arrimadas, ganó las elecciones autonómicas de Cataluña a los independentistas aunque sin mayoría para gobernar. Fue una victoria engañosa ya que se produjo a favor del tirón españolista de una opinión pública preocupada por la deriva del soberanismo. Lo lógico hubiera sido que la señora Arrimadas liderase la oposición en el parlamento autonómico, pero Albert Rivera se la llevó a la política nacional española donde no ha dado el juego que se esperaba. La presencia de catalanes en la política española es una constante histórica (Maciá, Cambó, Companys, Tarradellas, Puyol, Roca...). A ninguno se parece demasiado Albert Rivera excepto en la ambición de conquistar Madrid desde Barcelona, una vieja aspiración de la oligarquía catalana. Y ya puestos a buscar puntos de contacto entre los hombres públicos de aquella región tendríamos que citar, respecto de Rivera, a don Alejandro Lerroux que, aunque nacido en el pueblo cordobés de La Rambla puede considerarse un político catalán. Lerroux, como Rivera, cambiaba continuamente de opinión según soplase el viento. El gran periodista gerundense Josep Pla hace de él este retrato en su librito "Madrid, el advenimiento de la República": "Toda España ha vuelto los ojos hacia el ídolo radical. Los banqueros, los grandes comerciantes e industriales, la gente de buena casa, se hacen radicales. Los católicos, sobre todo las monjas, creen que Lerroux los tiene que salvar. Los hombres liberales sostienen, ante la posibilidad de una tiranía, que nadie mas que Lerroux puede garantizar el ejercicio de la libertad". Suena parecido a Rivera.