Necesitamos, y perdonen la frivolidad, una Greta Thunberg futbolística que nos cante las cuarenta a los futboleros y nos obligue a entrar en pánico porque lo cierto es que el fútbol, como el planeta, está en llamas. El éxito financiero del planeta fútbol ha tenido un precio inimaginable en sueldos vergonzosos, superpoblación de horribles casas de apuestas, atención desmedida a un espectáculo que nació para ser solo popular y mil desastres más; y en cuanto a los medios para acabar con el cambio climático que estamos sufriendo, debemos reconocer que hemos fracasado.

Tenemos que detener nuestras emisiones de gases de efecto invernadero, y eso pasa por dejar de prestar atención a qué dijo y qué no dijo Salva Sevilla a Morata en un partido, por no estar pendientes de las declaraciones de Neymar, por olvidarnos de la vida privada de las estrellas del fútbol, por no pagar esos precios inmorales por una camiseta que ahora es nada más y nada menos que una «equipación», por no convertir los foros teóricamente futboleros en internet en un espeluznante pozo de basura, insultos y odio y por no ver las horripilantes galas de entregas de premios al mejor futbolista, al más mejor, al más megamejor y al más mejorplus.

O evitamos que las temperaturas futboleras aumenten, o no lo hacemos. O evitamos la reacción en cadena de los ecosistemas futboleros que se deshacen (en los patios de los colegios, en las tertulias de los bares, en las gradas de los estadios), o no lo hacemos. O elegimos continuar como civilización futbolera que nos permite hablar del fútbol aquí o allí sin que nadie nos insulte o nos mire con desprecio, o no. Tenemos que dar esperanzas a las próximas generaciones de futboleros y procurar que el fútbol no se convierta en un espectáculo puramente televisivo patrocinado por casas de apuestas, estados minúsculos y multinacionales varias.

Debemos actuar como si el fútbol estuviera en llamas, porque eso es lo que está pasando. Necesitamos mantener los combustibles fósiles en el suelo y la base de los equipos en las canteras. Y si las soluciones dentro del sistema son tan imposibles de encontrar porque la única solución para los equipos grandes es ser todavía más grandes y comprar futbolistas todavía más caros, tal vez deberíamos cambiar el sistema en sí mismo. Los líderes del fútbol nos han ignorado en el pasado y nos volverán a ignorar. Pero nos hemos quedado sin excusas y nos estamos quedando sin tiempo. El clima del fútbol está cambiando a velocidades nunca vistas en la historia y la causa es el calentamiento global que los mismos futboleros estamos produciendo.

Las tormentas futbolísticas en vasos de agua y los huracanes que se llevan por delante proyectos millonarios son cada vez más frecuentes y violentos, y detrás de todo esto hay una evidencia: el fútbol se calienta mucho y muy rápido. Llevamos demasiado tiempo liberando a la atmósfera del planeta fútbol gases de efecto invernadero relacionados con la Liga de Campeones, el VAR o el crecimiento a costa de lo que sea y no solo estamos degradando nuestro deporte, sino que permitimos que produzca desequilibrios insoportables. Puede que los clubes riquísimos como el Barça, el Madrid, el Manchester City, la Juve o el Bayern de Múnich piensen que sus presupuestos y su importancia les permitirán esquivar los efectos del cambio climático porque viven protegidos en la burbuja del fútbol y podrán seguir creciendo sin límites, pero en el fútbol global los problemas son de todos.

Hay muchos Donald Trump del fútbol, negacionistas del cambio climático en el planeta fútbol que piden que nos limitemos a disfrutar (y pagar) del fútbol y que no hagamos caso a los que piden limitar los gases de efecto invernadero, apostar por energías renovables y por una agricultura sostenible. Pero ha llegado el momento de dejar de pensar en el próximo partido y el próximo título. Se trata del planeta fútbol. Y no hay planeta (fútbol) B.