El cardenal Newman fue canonizado anteayer en Roma. Se trata quizá de un personaje aún poco conocido en España, pero es, sin lugar a dudas, una figura señera de las letras inglesas y una referencia inexcusable para quien quiera comprender el siglo XIX. John Henry Newman (1801- 1890) fue un alumno brillante, y muy pronto fue nombrado fellow de Oriel College, en la Universidad de Oxford, que en aquel entonces era un vivero de clérigos anglicanos. Newman, que a los dieciséis años había sufrido ya una primera conversión espiritual, fue ordenado sacerdote anglicano y nombrado vicario de la iglesia de Saint Mary, en Oxford. Su prédica comenzó a ser muy conocida, y sus sermones llegaron a convertirse en verdaderos acontecimientos. Las palabras de Newman eran 'trending topic' en aquella sociedad culta y refinada. El epitafio de Newman dice así: «ex umbris et imaginibus in veritatem». Desde las sombras y las imágenes hacia la verdad. En eso consistió su vida, que él mismo narró de forma magistral en 'Apologia pro vita sua', relato autobiográfico de sus opiniones religiosas. En esa búsqueda de la verdad, Newman fue, junto con sus amigos John Keble y Edward Pusey, uno de los líderes del denominado Movimiento de Oxford (o tractariano, por la publicación de unos folletos llamados 'Tracts for the times'), que buscaban la renovación de la Iglesia Anglicana, tratando de devolverla a los orígenes del Cristianismo. Fue precisamente yendo a los orígenes -en particular, a los textos de los Padres de la Iglesia- como John Henry Newman inició su personalísimo camino de conversión, que maduró durante años de estudio infatigable y de oración intensa. El 9 de octubre de 1845, Newman se convirtió a la Iglesia Católica. «Roma tenía razón», concluyó. En 1847 fue ordenado sacerdote católico y, cautivado por el espíritu de San Felipe Neri, estableció en su querida Inglaterra el Oratorio de San Felipe. Tampoco en esta misión Dios le ahorró esfuerzos y dolores, incomprensiones y malentendidos con los 'old catholics' y con otras almas de menor envergadura y audacia que la suya. Fue rector de la Universidad de Dublín, y en aquellos años compuso su extraordinaria 'Idea de la Universidad', libro de lectura obligatoria para espíritus que pretendan ser universitarios, es decir, universales, cultos y abiertos a la verdad. Al final de sus días recibió el reconocimiento que merecía. Fue creado cardenal por el Papa León XIII, reconociendo así su aportación valiosa a la teología y al pensamiento cristiano. Las ideas de Newman dieron fruto abundante unas décadas más tarde. No en vano, se dijo de Newman que había sido «el padre oculto» del Concilio Vaticano II. Y aún resuena su 'Carta al duque de Norfolk' cuando se invoca la libertad religiosa o se apela a la conciencia. Con todo, cuando anteaayer se descorrió el tapiz de san John Henry Newman, la escena pudo describirse con las palabras quien le visitó en sus últimos días y, acaso sin saber que estaba delante de un santo, dijo: «No tiene las maneras de un cura, sino de un típico inglés». Newman demostró así, en contra de lo que algunos pensaban en su época, que perfectamente se puede ser inglés y santo. Y santo e inglés por los cuatro costados.