No queremos apostarnos nada. Ni por un chorreíllo más de money por el impuesto de actividades económicas o ibi. Vecinos, alcaldes y políticos de distintas siglas no quieren apostarse el futuro de sus hijos al resultado de un partido de fútbol o a unos numeritos de colores que giran de manera vertiginosa destellando inductores en las pantallas de un ordenador o de una maquinita que te llama con su música.

No son pocos los pueblos españoles que, como Lardero, Daimiel, Medina o Alcalá del Valle (Cádiz) e, incluso, ciudades como Córdoba capital -por bajar esta columna a Andalucía- intentan driblar la permisiva legalidad para limitar el crecimiento fúngico de estos negocios que, últimamente, florecen en los aledaños de los colegios. Las redes sociales recogen a diario las fotos que padres preocupados en ciudades de todo el país hacen con sus móviles a estos nuevos locales inaugurados al lado o frente al colegio de sus hijos.

Con esas denuncias ciudadanas tratan de frenar la proliferación de las apuestas online y de las casas de juego ante la alarmante incidencia de la ludopatía en los jóvenes. Hasta hace poco, el perfil de un ludópata tipo rondaba una edad de 40 años, ahora también ronda la de los 22. Esto quiere decir -ya que se necesitan algunos años para terminar enganchado a esa mala suerte de anhelada buena suerte- que empezaron a apostar a los 14, 15 y 16 años. Por tanto, los adolescentes son ya nicho de mercado para ese negocio. Lleva tiempo advirtiéndolo FEJAR, la Federación Española de Jugadores de Azar. Y lo ha estudiado en los jóvenes españoles el profesor Mariano Chóliz, director de la Unidad de Investigación 'Juego y adicciones tecnológicas' de la Universidad de Valencia.

Hay comunidades autónomas que ya han regulado la distancia mínima a un centro escolar a la que se permite abrir un negocio de estas características (Valencia fija 700 metros, Murcia marca 500 y Extremadura establece 300, por poner algunos ejemplos de regulación reciente). La de Madrid proponía hace unos meses prohibir estos negocios a menos de 100 metros de un colegio o instituto. Pero el asunto es profundo y su influencia negativa crece. En las televisiones hay cada vez más anuncios de apuestas y cada vez a horarios más tempranos y con montajes audiovisuales más atractivos (antes eran cutres) y amparados en rostros de actores reconocidos y presentadores famosos. No soy capaz de recriminar a nadie que obtenga beneficio por un trabajo legal destinado al libre uso por los adultos del producto que se promociona, aunque ello suponga hacer más atractiva una inversión estadísticamente tan peligrosa como exitosamente improbable. Pero, desde que las cifras objetivas alertan del contagio en los menores de esa merma en su futuro, les invitaría a replantearse la necesidad de hacer esos anuncios, aunque los paguen con monedas de plata.

Alguno de los alcaldes de pueblo que briegan por limitar la presencia de estos negocios en el perímetro humano de sus pocos habitantes lo ha dejado muy claro. Son negocios que sólo dejan beneficios a sus propietarios. Apenas se reparten en el pueblo ni en empleo ni en influencia positiva. Al contrario, están provocando rupturas familiares, ruinas personales y dependencias patológicas severas que en ocasiones desembocan en estallidos violentos o delictivos y en hacer lo que haga falta para seguir apostando, además de en atraer a prestamistas indeseables que no quiere nadie como vecinos. No hace falta apostar para acertar en que lo pagaremos caro.