Los vándalos quemaban coches y contenedores en Barcelona y los jubilados reclamaban pensiones dignas en Madrid, donde llegaron tras una marcha procedente principalmente Euskadi. Pensionistas y vándalos están insatisfechos. No son los únicos. No hay comparación.

El colmo de la desazón en este país sería ser indepe catalán y jubilado. Aunque no nos imaginamos (porque no tenemos suficiente imaginación, no porque no sea posible) a un yayo encapuchado tirándo cócteles Molotov a la policía. Ya va habiendo una división clara en este país entre los que prefieren el Molotov y los que optan por el mojito, que es más civilizado y relajado y se presta a tomarlo frente al mar y no frente a la policía. La tercera vía podría ser el Negroni, inventado por un aristócrata con ese apellido y pensado primeramente para el aperitivo.

Para cóctel, el que se está montando con tanto altercado, tantas proclamas y la campaña electoral en ciernes. Sánchez trata de rentabilizar el asunto administrando tibieza y recibiendo líderes en Moncloa para que se visualice que él manda y los demás son aspirantes. Pero es Vox el único que se dispara en las encuestas. En semejante clima social no deberíamos utilizar el verbo disparar. Torra amenaza con realizar otro referéndum pero en realidad lo que está amenazando es la convivencia total. Vive uno en el desasosiego mirando en el periódico sendas fotos de desobediencia civil, la de los jubilados, simpática desobediencia, desobediencia por la dignidad, desobediencia moderada, tal vez al semáforo, y la desobediencia del radicalismo borroka catalán que hace arder Barcelona. De noche, una vez que los burgueses han llegado a casa y pueden alentar la cosa desde el sofá. El otro día acompañaba a Torra en la marcha indepe el exlehendakari Ibarretxe, que iba como disfrazado y cabreado. Ibarretxe tenía un plan, pero su partido resucitó y no paró de recuperar poder en cuanto se deshizo de él y de su discurso y su plan. Su imagen no refuerza al nacionalismo catalán, más bien le hace recordar de qué magnitud puede ser el fracaso cuando se desafía, no ya a la Ley y sí a la democracia y a la Constitución. Pero tampoco nos vamos a poner solemnes ni legalistas. Nos vamos a poner, mejor, un cóctel. Con moderación y aceitunas y toda la playa enfrente. Tomándolo con un contrario con el que discutir civilizadamente. Un gimlet estaría bien. Salud.