Hablaré de Cataluña, convencido de que es tan Málaga como El Perchel es Tarragona, con más lazos de unión que una simple colindancia de asiento en el trayecto de la Historia. Y lo hago con dolor, porque me importa, como parte de un todo nacional y como continente de tantos y tantos amigos y desconocidos, que se ven al fondo de la pantalla, pequeñitos, como si fueran figurantes, detrás de los profesionales de convencer que lo negro es blanco.

El diálogo desde premisas erróneas es pura homeopatía. Sentémonos hasta que consiga que me reconozcas que mañana es martes, y si no quieres sentarte o no cesas en tu obstinada defensa de la semana, me llevo el 'Scattergories' de la convivencia como si fuera mío, de la Democracia como si yo la hubiera parido, de los derechos humanos de menos del cincuenta por ciento, de la Constitución y de todo el ajuar que nos hemos dado desde 1978. Y tú, al rincón de callar, al de no meterte en problemas, en el de eludir conversaciones, en el de separar la paja de 'los catalanes son' del grano de 'no todos los catalanes creen', el de la obligación de contestar a la violencia con jazmines.

La confusión está en creer que las cosas son así y qué podemos hacer si el de enfrente no se aparta, porque así estamos entregando la cuchara no como integrantes de una organización, sea emotiva o administrativa, sino como ciudadanos, desarbolados ante cualquier brisa que se quiera llamar tsunami, venga de donde venga, dejando náufragos y a su suerte a todos los que no han comulgado con sus ruedas de molino. Hoy ellos, mañana otros, siempre todos nosotros.

Y aquí lo dejo, que tengo prisa, no vaya a ser que el Gobierno haya decidido que bueno, que sí, que no es imposible que mañana sea martes y a mi me toca recoger a las niñas para llevarlas a aikido.