"Disgusting!" ¡Repugnante! La palabra en inglés sonó como un latigazo. Fue la reacción fulminante de una joven profesora británica que participaba en el debate organizado por una famosa cadena de televisión de su país sobre el nuevo drama del pueblo kurdo. ¿Fue excesivo el calificativo que ella utilizó ante la traición del presidente Trump a ese pueblo, un fiel y muchas veces heroico aliado de Occidente? Creo que no. Algunos Boinas Verdes americanos, antiguos compañeros de armas de los kurdos que lucharon contra los sádicos verdugos del ISIS, consideran que esta traición es "una mancha en la conciencia de América". Así lo leímos en el New York Times del 14 de octubre. Dos días después, en la Cámara de Representantes, congresistas de los dos grandes partidos condenaron la decisión del presidente Trump de retirar las fuerzas americanas del norte de Siria.

En una semana, la influencia y la presencia de los Estados Unidos en ese lugar de gran valor estratégico simplemente se han evaporado. Y ese vacío lo está llenando otra potencia: Rusia. En ajedrez eso se llamaría un jaque-mate. Es una expresión que viene del persa antiguo. Significa que el Rey ha muerto.

Esta traición, por obra y gracia del actual y cada vez más inestable presidente de los otrora admirables Estados Unidos de América, ha abierto una temible caja de Pandora en una de las regiones más peligrosas del planeta. Por supuesto, este episodio ya está firmemente instalado en la historia mundial de la estupidez y la infamia.

Me imagino que quizás a algún cortesano en la Casa Blanca trumpiana se le ocurrirá susurrarle al caudillo-presidente aquella ingeniosa frase de Antoine de Saint-Exupéry: "La traición en nuestro tiempo puede ser uno de los atributos del genio, Mr President." En esta peligrosa Era de la Impunidad en la que la percepción de la realidad se difumina ante los trolls y los masivos lavados de cerebros de amplios sectores de la ciudadanía, necesitaríamos en la Casa Blanca norteamericana dosis masivas de integridad, inteligencia y valentía política. Desgraciadamente parece que eso no es posible.

Algunas de las teorías sobre este último desastre, causado por un presidente que funciona como el cañón de un galeón que se ha soltado de sus amarras, tan ágrafo como amoral, mantienen una interesante hipótesis: al principio de su mandato Trump tuvo a su lado como asesores a algunos personajes bastante solventes y experimentados. Casi siempre éstos lograban disuadir al impetuoso comandante en jefe antes de que éste embarcara a su país en alguna alocada aventura geopolítica. Ya no ocurre esto. Los actuales barones son en su mayoría "yes-men". Lo que en español castizo llamamos "pelotas". Sin olvidar la trayectoria presidencial, cada vez más caleidoscópica e inquietante, del propio Trump, tanto como gobernante o aspirante a estadista.

Afortunadamente es de agradecer el poder observar algo reconfortante en este panorama: parece que en los Estados Unidos sigue funcionando el sistema de equilibrios y controles que la prudencia y la sabiduría de los primeros Padres de la Constitución norteamericana dejaron instalado. El poder desactivar con la Ley en la mano a futuros sátrapas y caudillejos sigue siendo para ellos y para el resto del mundo la mejor garantía.