Los han mantenido tanto porque daban juego. Cocinar no cocinaban mucho, pero son graciosos y dan bien en pantalla. Algo así he leído por ahí refiriéndose a la expulsión la semana pasada de los hermanos chungos de Masterchef, chungo, chungo. Los Salazar, don Juan y don José, entraron al programa de cocinillas como cómicos de carreta para dar la nota, que es lo que saben hacer. Cuanto más tontos, mejor. Cuantas más paridas suelten, mejor. Cuantas más burradas expelan, más sube su cotización. Vamos, que no los aguanto. Pero no de ahora. Hace tiempo que no puedo consumir ese tipo de grasas indigestas. No me hacen gracia. Los Chunguitos, lejos. Es un humor parecido al que mucha audiencia ve en el ridículo Mario Vaquerizo, que hace de la necedad, estulticia e ignorancia un túmulo a lo divertido convirtiéndolas en valor, en ejemplo. Los chungos señores de Los Chunguitos, igual. A este dúo de mequetrefes los había olvidado desde que en los platós de la tele antigua salieran cantando aquello de Me quedo contigo y su "si me das a elegir entre tú y la riqueza, con esa grandeza que lleva consigo, ay, amor, me quedo contigo", bellísima balada rumbera, de barrio extremo y dolorido que Carlos Saura elevó a categoría de símbolo y retrato social, con trazo nostálgico y romántico en Deprisa, deprisa. Aún me emociono recordando la última escena de la película, cuando la chica -la alicantina Berta Socuéllamos, actriz de esta sola peli- enamorada del chico malo, que moría en una desolada habitación, se perdía en la noche mientras las voces del barrio en la lejanía se mezclaban con la canción de Los chunguitos. Era la década del 80. Y se acabó. Pero con el paso del tiempo, digo, saltaron a las teles y a los platós, "descubiertos" de nuevo como productos de risa, como personajes de una España de palmas y flamenquito, de artistas sin instrucción pero como grandes supervivientes. Y Telecinco, con su gran olfato para resucitar y poner en circulación a esta peña, se tiró al cuello de los hermanos y los puso en órbita.

La influyente

Antes pasaron por programas "menores", o no tanto, como El hormiguero, que como sabemos, si se remanga, convierte a ultraderechistas que dan miedo en ciudadanos de sonrisa educada y maneras domesticadas y a ignorantes patanes que el espectáculo eleva a categoría de ejemplo. Pero fue Gran hermano VIP quien los lanzó a un estrellato cuya columna vertebral fue, y es, lo ramplón, paleto, iletrado, ignorante, programas y más programas, como Los gipsy King, que abundaron en el mismo perfil, el de los absolutos bárbaros analfabetos. Este bagaje es el que los ha llevado a Masterchef, no hay otro, no hay otras razones que las de empujarlos al ridículo de la tosquedad, vamos, al eterno y conocido tonto del pueblo. Ellos, encantados. Hay que ganarse la vida. ¿Y el programa? Hace tiempo que me desconecté de Masterchef. No sé con exactitud cuándo dejó de interesarme como espectador, pero quizá tuvo que ver con las ediciones grabadas con personajes famosos, esa ridiculez llamada Masterchef celebrity, después de la normal, es decir, anónimos aficionados a la cocina, y la infantil, o sea, Masterchef junior. De los famosos, de las celebridades, se espera no que cocinen bien, un detalle que se puede ir perfilando, sino que den marcha, espectáculo, que usen sus armas profesionales para que la pantalla se tense. Aquí la única que grita soy yo, decía la actriz Anabel Alonso como jefa del grupo azul al actor Félix Gómez, que pedía a sus compañeros rapidez y concentración dando voces mientras colocaba la carne en una olla gigante, actor por el que, al parecer, Boris Izaguirre, juguetea con la posibilidad de besuquear sus morros, tonteo que al chef Jordi Cruz le ha provocado unos celos de cómic que acabaron en un beso labial entre chef y concursante, hecho que dejó con los ojos como sartenes a Vicky Martín Berrocal, presentada en la web del programa como "independiente, polifacética y emprendedora", una mujer, escriben, de las más respetadas e influyentes del país. ¿En serio? Ojo, que no digo que no, sólo que se me quedan, como a ella, los ojos como dos sartenes de hacer migas.

La cocinera beata

Más aún cuando, así, para herirme en lo más profundo como un Quim Torra que delira a tiempo completo, aparece de amarillo canario, con su pelo tintado y ahuecado como una señora que se va de boda, el gran Raphael, que responde a las preguntas del chef y jurado Pepe Rodríguez reconvertido en entrevistador, ambos sentados en una sala del Palau de les Arts Reina Sofía de Valencia para después probar un ajoblanco. Pero aún hay más. Vuelve a los fogones del programa, como una estrella habitual, esas que te vas tropezando a lo largo de tu puta de vida de espectador a pesar de tu rechazo vehemente, un tal Santiago Segura, al que le ponen un delantal rosa para el reto, tipo que encaja uno de sus gestos comodín, suelta su parida para la ocasión, pone la mano para cobrar, y que arda el mundo. Aspirantes, dice Pepe Rodríguez, vais a venir de uno en uno a enseñarnos vuestros huevos. Ohhh, sueltan todos a la vez. Pero qué huevos, quiere saber un Chunguito. En eso consiste el reto, desvela al fin el cocinero y jurado, se trata de ver quién hace los mejores huevos que os pidamos. Qué reto tan superoonda, suelta Boris Izaguirre arrastrando la sílaba on hasta el infinito y más allá. Menos mal que a Tamara Falcó, la hija beata de la Preysler, apenas se le entiende lo que dice, pero ahí está, en Masterchef, como otra chunguita de libro. Las pijas son así. Y los programas de cocina que son todo menos eso, también. Sigue así y te vas, le soltó a la "polifacética" Vicky el jurado Jordi mirando como un mihura enfadado porque la "emprendedora" zampa más que cocina, y esta semana, además, presentó un plato de cítricos sin pelar siquiera la naranja. ¿Qué nombre le puso? Se llama, dijo Berrocal, chungo, chunguito. Esta semana el invitado fue Mario Vaquerizo. O sea, chunguito total. ¿Quién da más?