Ha dicho el ministro del Interior en funciones, Fernando Grande-Marlaska, que los altercados callejeros de los últimos días en Barcelona y otros lugares de Cataluña son un problema de "estricto orden público". Con seguridad lo son, pero con la misma seguridad no es tal el desafío independentista en el que se enmarca esa violencia.

Por eso no acaba uno de entender la negativa del líder socialista, Pedro Sánchez, a responder a la llamada del presidente de la Generalitat, Quim Torra, si éste "no se desmarca" antes de los violentos. Torra es, ya lo sabemos todos menos quienes siguen cegados por su fanatismo, un político de un cinismo que clama al cielo, pero de momento está, aunque a muchos no nos guste, al frente de una institución del Estado.

Y el hecho de que no se compartan sus proclamas independentistas, sus insensatos llamamientos a la desobediencia civil no significa que la autoridad central tenga que cerrarse ante él. Estamos en la antesala de nuevas elecciones, y el líder socialista, cada vez más inseguro pese a la firmeza que finge demostrar con tales gestos, parece sentir en el cogote el aliento de quienes tratan de darle el "sorpasso" a tres por la derecha.

Nada de ello, sin embargo, justifica la negativa a dialogar con quien preside el Gobierno catalán, por indigno que pueda éste parecernos. Es caer en el mismo error que muchos reprochamos al líder de Ciudadanos, Albert Rivera, cuando, desmintiendo el talante liberal y centrista del que tanto se ufana, se empeñaba en descalificar continuamente a Sánchez de jefe de una "banda".

Si hay algo que cuesta entender más allá de los Pirineos - y lo escribe alguien que ha trabajado más de treinta años de corresponsal en varias capitales europeas y sigue regularmente los medios que allí se publican- es esa incapacidad de nuestros políticos para escuchar las razones del rival, al que se trata de degradar siempre a la condición de "enemigo".

Hablamos de políticos elegidos democráticamente por los ciudadanos y no de esos tertulianos que a nadie representan y que en ciertos debates de radio o de televisión se dedican, entre anuncios publicitarios, a calentar el ambiente hasta tornarlo irrespirable. Uno echa por cierto de menos programas serios de análisis como los que se emiten en la BBC británica o en los canales del primer o segundo programa de la televisión alemana, por poner sólo un par de ejemplos.

Sánchez haría bien en hablar cuanto antes con Torra y decirle directamente lo que piensa, lo que muchos también pensamos, de su cínico doble juego. Y cualquier líder mínimamente responsable de la derecha debería al mismo tiempo abstenerse de calificar inmediatamente tal posibilidad de delito de lesa patria, de "traición a España".

No vale todo para ganar votos en los próximos comicios. Hace falta más altura de miras, mayor sentido de Estado que los que muestran actualmente el PP o Ciudadanos. Pero también más valentía que la que exhibe Pedro Sánchez. No hay que esconder la cabeza debajo del ala: al desafío catalanista hay que mirarle directamente a la cara.