Twitter, torrente al que si echas la caña lo mismo sacas un diamante de Antonio Agredano que una bota vieja, me regaló esta semana con la opinión de un alguien, quien comparando Málaga con la pujante Barcelona, venía a decir que nosotros la modernidad, la industria, el coraje y el cosmopolitismo no lo habíamos visto ni en los suplementos dominicales. Se alegó que fuimos cantón y, por ello, más República que la pretendida catalana de los ocho segundos; se habló de la industria que aquí tuvo sede primera, en un debate de a ver quién la tuvo mejor plantada, corto pues no estamos para hacer alardes. Al final nos bloqueó en abanico, borró el mensaje, fuese y no hubo nada.

Hablar de la pujante, moderna, industrial, corajuda y cosmopolita Barcelona en estos días es una labor de titanes, como la de quienes defienden lo bien que se vivía en la República Democrática Alemana, que había trabajo, paz, sexo y unos uniformes impactantes. O puede que sea una cuestión de enfoque, de sacar de plano algunos detalles que te pueden estropear la imagen. Así, mientras que en algunas avenidas se procede al trabajo comunal de renovar el mobiliario urbano por la vía de arrancarlo, quemarlo o convertirlo en metralla, en otras se siguen usando gafas de diseñador catalán, llegando en el AVE de 'Madrit' después de firmar unos contratos o asistiendo a algún concierto en el Liceo. Igual es así.

A mí, que cada día me abruman más las prisas, lo grande y el gentío, hasta me reconfortó la imagen de una Málaga plácida, aburrida y provinciana que nos achacaban. Si me garantizan que no van a arrancar las losetas de la Alameda para munición o a cortar la rotonda de El Corte Inglés, ahora que ya la tenemos en uso, díganme dónde hay que firmar.