A pesar de que los últimos compases de la larguísima obra en cartel, titulada 'exhumación de Franco', auguraban un final accidentado, no hubo tal. La cabalgada la antevíspera de la comunidad benedictina, al grito de 'el Valle es nuestro', se quedó en gesto patético, pero a la vez dichoso, pues ilumina el fondo de armario del nacional-catolicismo en estado puro (eso era el Valle). El coro político y mediático que acompañó el proceso, recitando letanías de costumbre («no es momento», «olvidemos el pasado», «hay cosas más importantes»), fue perdiendo fuerza. La pulcra y desnuda exactitud de la operativa, y un punto de dignidad formal que al final añadió la familia, dio a los movimientos en escena cierto empaque, sin rastro de chapuza ni de comedia. Y así debería ser, pues Franco, aún sin legitimidad y cargado de crímenes, reinó en España 4 décadas con el apoyo de millones de españoles.