La semana pasada, a eso de las 12 de la mañana, a las 12 y 25 con exactitud, Albert Rivera subió al altillo que habían levantado con algunas tablas en la Plaza de San Jaime de Barcelona rodeado por una pequeña pero enfervorecida clientela. Lo hizo después de que Inés Arrimadas, esa señora que sabe sonreír como si escupiera al mismo tiempo, caldeara el ambiente con una serie de consignas que suenan a incendio y hastío. A nada. Eso ocurría en uno de los huecos en que ahora los realizadores dividen la pantalla, y lo hacen hasta el abuso. Abren tantas pantallitas que el espectador se pierde con estímulos tan variados, moda que parece que llegó para quedarse. En otro hueco del especial informativo de La Sexta presentado por Cristina Villanueva la reportera contaba que la noche antes un grupo de radicales nacionalistas y sin duda delincuentes había robado móviles de alta gama, y que los empresarios, entre otros colectivos, estaban hasta el moño de abajo de vándalos y pillos. El orador Rivera, al que a veces volvía el directo para escuchar su arenga, tiene movimientos mecánicos, pinta de cuentachistes solemne, de concursante aplicado de algún programa de televisión, y de vendedor ambulante de crecepelo. Entre la semana pasada y esta que acaba ha viajado a Cataluña la cremita de la política nacional, incluyendo a Pedro Sánchez, que visitó los hospitales donde se van recuperando los policías heridos en los disturbios callejeros de Barcelona. Pero resulta llamativo que de esa visita, además de los sanitarios protestones independentistas, en la calle, a la puerta de los hospitales, con pancartas de rechazo al ogro español o a voces en los pasillos como una corte maleducada de trabajadores ociosos, se ha destacado en algunos magacines, y con pormenorizado primor, aspectos del despliegue de seguridad presidencial. Sobresale el llamado maletín antibalas y el subfusil de asalto, destacado en los reportajes de Espejo público y explicado con minuciosidad por el copresentador de la revista matinal de Antena 3 Alfonso Egea.

Quins collons

Cuando emitían las imágenes a cámara ralentizada, un círculo blanco rodeaba el fusil del tipo que, dentro del coche, viajaba junto al presidente, y otro círculo del mismo color rodeaba el llamado maletín, un desplegable de urgencia con material antibalas, por si los presidentes de Gobierno son atacados. Por cierto, un coche tuneado hasta el delirio y al servicio no de Pedro Sánchez sino de cualquier presidente que haya de viajar a zonas poco estables como ahora Cataluña. Con dibujitos, como un cómic, contaban las gracias que tiene el coche. Además de cristales y carrocería blindada, el auto puede expulsar, como salta el piloto de un avión en apuros antes del desastre, las puertas para dejar expedita la salida, y puede sofocar con chorros de espuma posibles fuegos que rodearan al vehículo. Una monería. Como la del gag visual armado por TV3 que está haciendo las delicias de los programas de humor y de las redes sociales. Es el chiste ese en el que se ve a un señor llamar a una puerta, que al abrirse muestra al alucinante presidente catalán Quim Torra sentado en su despacho para ser informado de que el presidente español no quiere hablar con él. Collons, suelta el liante Torra, deben de tener cosas más importantes que hacer en días como este. La escena firmada por TV3 es tan burda, tan zafia y disparatada, que las risas enlatadas se han escuchado en la luna. Que el teatrillo se ha instalado en la política parece claro. ¿Han visto lo de la Diputación Permanente del Congreso? Es aquel que dice que de estos asientos, aunque sean de otras señorías, no nos levanta nadie porque no nos da la gana y se habla de lo que me salga del pandero. No se mueven los de VOX, que ocupan el sitio de Ciudadanos, y se habla de lo que le salga del chichi a la hooligan Macarena Olona, que tuvo su minuto de fama al ser expulsada de la sala por la presidenta del Congreso, Maritxell Batet, que recordó que aquello no era ni un plató ni el circo. Los del partido del tío de la mula lo consiguieron, consiguieron tener sus minutos de gloria en informativos y magacines.

Mingorrubio

El hervidero de invitados de máximo cartel a los programas es incesante. Y les aseguro que la cosa se está convirtiendo en un género en sí. Antes lo era, pero con las elecciones a la vista, con lo de Cataluña, y en las últimas horas con lo del primo Frasquito sacado de su letargo eterno, el asunto alcanza niveles de excitación y tiene visos de mercadillo. Vicente Vallés habló la otra noche en su informativo de Antena 3 con el caballero de la barba española no en su faceta campechana capaz de hablar con Trancas y Barrancas sino como el Santiago Abascal que conocemos, aún más cachondo que el otro, y como tal soltó una de sus bromas favoritas, «es evidente que no soy franquista». Los ojos del presentador, verdes como el trigo verde, casi crían hortalizas para el pisto del almuerzo. El jueves por la mañana, y por accidente, casi siempre que veo a Ana Rosa Quintana es por accidente, no sólo la veo a ella sino a un lote que incluyó a Eduardo Inda, tan maleducado como siempre y tan liante como un prestidigitador indecente, y al mentado Rivera, que volvió a ejercer de charlatán de pueblo en una entrevista en la que dijo que él no va a ser «parte del problema del bloqueo de este país». Los focos del plató no se cayeron con estrépito al suelo de milagro. ¿Faltan más? Bueno, siempre hay quien cae en la misma piedra e invita a animadores profesionales para amenizar la mañana, y la del jueves -tres jueves tiene el año que relumbran más que el sol, Jueves Santo, Corpus Cristi, y el día de la Exhumación, se ha leído en las redes- parecía una noche de fuegos artificiales en todas las televisiones. La cosa iba de ver quién tenía en la pantalla al más ridículo, del chino franquista al legionario faltón de fino bigotito, o al circunspecto Juan Chicharro, que dirige la fundación del dictador, esperado en el cementerio de Mingorrubio por la rancia clac fascista que tanto juego da en la tele. Vaya semanita.