Afirma un vetusto aforismo jurídico que la razón hay que tenerla, saber pedirla, y que te la quieran dar. Si falla alguna de esas tres premisas, pleito palmado. Es lo que hay. Haber elegido susto. Y es que la razón no es algo fácil de obtener. Ahí tienen, por ejemplo, a un tal Blaise Pascal. Famoso matemático, físico, teólogo y filósofo francés del S. XVII (Siglo 17 para los de la ESO), que aseguraba haber descubierto el método infalible para ganar cualquier discusión. Su táctica consiste básicamente en agradar y persuadir más que convencer, usar un tono suave y calmado, y que sea el contrario quien alcance nuestra conclusión por sus propios méritos. Como ya habrán adivinado, el tal Pascal sería muy listo, muy parisino y muy cultivado, pero nunca estuvo casado.

Y es que la señora de cada cual tiene el don de llevar siempre la razón, sí o sí. Ella marca lo incorrecto o erróneo de cualquier acto, pensamiento, por obra u omisión, que hayas realizado o tengas previsto afrontar. No cabe el acierto ni por equivocación. Si lo has hecho, porque lo has hecho. Si pensaste hacerlo, que en qué estabas pensando. Una sinrazón razonable, porque son como los precogns de 'Minority Report'. Aquella peli de Tom Cruise en la que unos seres psíquicos predicen los asesinatos para que la poli los evite. Las mujeres se adelantan a tu libre albedrío. Lo huelen, lo intuyen, lo saben. Esta, queridas amigas, es una verdad infalible y empírica que se ha mantenido por los siglos de los siglos, amén, que ni la teoría de la falsabilidad de Popper es capaz de contradecir.

De hecho, cada vez somos más los ilusos y desdichados que, tras vanos y estériles intentos por llevar la razón en casa, hemos claudicado, enladrillado con nuestros lamentos el nutrido camino de la impotencia, y hecho propio el famoso poema: Ni contigo ni sin ti, tienen mis penas remedio. Contigo porque me matas, y sin ti porque me muero.

Es batalla perdida de antemano desde que el mundo es mundo o, como diría Jardiel Poncela, desde que mi abuelo perdió el pelo y mi padre perdió a mi abuelo. Fíjate si era tonto que creía que mandaba en su casa, dijo un sabio al que siempre admiré. Y nunca sabrás cómo ni cuándo, en qué momento exacto, dejaste de ser un fornido macho de torso desnudo montando un caballo blanco mientras le chorrean diamantes de las manos (cucú trás) y te convertiste en un bulto sospechoso del que todo desagrada y/o enoja.

Ahora leo que Google asegura haber logrado la supremacía cuántica. Para ello han conseguido que un computador complete en 200 segundos una tarea que el ordenador más sofisticado tardaría, hoy por hoy, 10.000 años en realizar. Incluso han implementado una complicadísima técnica llamada superposición binaria con la que reducen a lo ínfimo la tasa de error. Pues un mojón para Google y otro mojón para la hegemonía cuántica. 200 segundos dicen orgullosos los ingenieros del buscador. 199 le sobran a mi mujer, y con tasa de error cero.

En Euskadi, con el matriarcado vasco, nos llevan siglos de ventaja en esto de aceptar una verdad latente que nadie se ha atrevido a sacar a la luz, un mal que todos los hombres sufrimos en silencio. Vamos por la calle, nos miramos, nos reconocemos como iguales, levantamos el mentón como muestra fraternal de ánimo entre nosotros, y seguimos andando, rezando para evitar la próxima oportunidad de fastidiarla. Hay algún valiente que hasta ladea con disimulo la cabeza, incluso te chista avisando, pero nada. No hay manera. Cazado te han. Cuenta la leyenda que una vez un tal Juan se atrevió a advertir a su colega: Quillo, chist, tu parienta. Jamás volvió a saberse de Juan. Ni del colega.

Lo más cercano que se ha llegado a hablar de este drama soterrado fue la chirigota de Selu del año 2004, a la que rindo homenaje dando título a este texto. Auténtico monumento a la denuncia social desde el humor que sólo un artista del requiebro y el doble sentido puede afrontar sin temer por su integridad. No le faltaba razón al maestro gaditano. Cuando el cura dijo en la pobreza y en la riqueza, también tenía que haber dicho: y en la playa, en el bar, en Mercadona, en Ikea, y en Primark.

Piensen, si no, en la exhumación del jueves pasado. Esos días corrió el bulo sobre el auténtico deseo de Franco por descansar eternamente en el Valle de los Caídos, en El Pardo, o en la Almudena. Nada. Todo fanfarria vacua y trivial, porque si alguien le hubiera preguntado dónde quería ser enterrado, su respuesta hubiera sido clara: Yo, donde diga mi mujer.

P.D.- Si la próxima semana no ven publicado otro artículo mío, ruego una oración por mi alma. Estaré con Juan y su colega.