José María Souvirón Huelin se acercó hace más de una década a Javier La Beira y le comunicó, como siempre deseó, su autocensura del divino descubrimiento: el arte vital de resurgir, pasados tantos años, desde su propia existencia. ¿Por qué? Pues porque él mismo lo eligió. Gratitud José María por escoger a tus amigos; aquellos que dicen de ti todo lo que no te dejaron revelar y ahora, gracias a Javier y su equipo, la Diputación y la Fundación Unicaja, te brindan la posibilidad, en el segundo volumen de tus diarios inéditos, de mostrar tu realidad escrita de historias con fechas.

Desde nuestra añorada Facultad de San Agustín me reuní, a comienzos de los años 80, con Javier La Beira en un momento musical al norte del sur - calle Picos de Europa, Miraflores de El Palo, en la casa de la entrañable y artística familia Fortuny de los Ríos- que nos llevó a converger en un grupo apasionado por vivir versos aún no firmados pero sí cantados; un poemario existencial con rima asonante, el cual originó un acercamiento afectivo con tan solo un son: ecos de La Habana entreverados con Cádiz.

Cuando me llegan las palabras a diario de José María Souvirón a través del empeño del filólogo y escritor La Beira -director de la Biblioteca Generación del 27- y de su tripulación, recuerdo siempre la soledad iluminada por el roquedal de las playas de Pedregalejo. Ese instante en que uno es feliz observando el largo camino del viaje de vuelta; periplo donde el retorno es compartido sin querer conocer el después.

Del recuerdo -vieja amiga y cómplice amante la memoria-. Hoy escribo del reencuentro de un olvidado José María Souvirón con el inquieto investigador, quien me dice: «La edición y divulgación de los diarios de Souvirón es un reto filológico tan enorme como gratificante para mí». El tiempo nos inunda a todos sabiendo su porqué. Gracias, Javier.