El Día de los Muertos puede ser celebrado de distintos modos (incluido el Halloween, remedo del antiquísimo intento de conjurar la muerte con la burla), o de ninguna, pero en todo caso justifica un pensamiento. Para mí el gran enigma es la naturaleza del recuerdo de un ser querido. ¿Tiene acaso el recuerdo, ya que no una vida, algo que se le parezca, o es sólo un eco que sigue resonando en las paredes del cráneo y en la oscuridad de las neuronas? Una pregunta cuya respuesta resulta, claro, muy comprometida, porque si el recuerdo vive a su manera, el acto de recordar deja de ser una regurgitación propia de nuestra condición rumiante, o una manifestación más de las leyes de la inercia, para convertirse en un vínculo, con las obligaciones que apareja. Aunque también los derechos: no habremos conjurado la muerte, pero sí el paso del pasado, que enriquecerá de presencias el presente.