Si España fuera una persona sentiría en estos momentos una presión en el pecho, ardor y una molestia constante que parece indigestión. Esta opresión incómoda en el tórax se irradia a los hombros, los brazos, el cuello, la mandíbula o la espalda. El mareo, que puede llevar al desmayo, también se haría notar. Sudor frío, desasosiego, los párpados temblorosos... eso es lo que siente España hoy. Son los síntomas clásicos de un infarto agudo de miocardio. En realidad, lo que le está sucediendo es la muerte de una porción del músculo cardíaco, Cataluña, que se produce cuando se obstruye completamente una arteria coronaria. Desde la muerte de Franco para acá, jamás ha vivido España una angustia vital tan aguda. El golpista Tejero representó si acaso una angina de pecho, y duró mucho menos, en comparación a esta patología, hasta ahora a Dios gracias sin muertos, como aquélla. Pero a Tejero le cayeron 30 años por rebelión militar y a Oriol Junqueras, el principal acusado de este golpe, 13, y además solo por sedición. Si es que siempre ha habido clases. Ah, y a casa por Navidad, como dice el anuncio.

Pero en los sucesos de Cataluña, que tuvo a principios del siglo XX su otra Semana Trágica, importan mucho los mitos, el del nacionalismo el primero, porque el nacionalismo es un mito, criminógeno pero mito, y después el mito de la revolución, y es que es mejor no saber lo que viene después. Otra ficción es que hay Estado en Cataluña, y como no lo hay es la causa de lo que sucede hoy; en otro caso, cientos de rebeldes estarían en prisión, la economía del golpe y otras particulares desbaratadas, y TV3, Catalunya Radio y los mozos desarmados. Este es un crimen sin nombre con miles de embozados en las sombras de Vía Layetana que podría glosar Manolo Vázquez Montalbán. ¿Habría que decir con Unamuno que primero la verdad que la paz? Pero la clase política tiene otros intereses distintos a la verdad, lo cual deja un flanco cada vez más abierto. La naturaleza le tiene miedo al vacío y por eso llega el populismo. Por cierto, les recomiendo un libo, de José Carlos Somoza, El origen del mal. Ayuda.

Hay quien dijo que Sarajevo fue nuestra guerra civil española. Ingenioso, pero solo eso, lo de Cataluña hoy es una farsa con muchos protagonistas, también de fuera de España, léase Bélgica, y no solo. Me viene a la cabeza el socialista Ángel Gabilondo este verano, en un curso de la UMA, que decía que basta de hechos, queremos promesas, recreando una pintada que vio en Medellín. Aquí cabría decir, todos al suelo, que vienen los nuestros. Está el consuelo en aquellas palabras de Ruth cuando se dirige a su suegra Noemi: «No insistas en que te deje y me separe de ti, porque donde tu vayas, yo iré, donde tu mores yo moraré. Tu pueblo será mi pueblo y tu dios será mi dios. Donde tú mueras moriré y allí seré enterrada. Que Yahvéh me dé este mal y añada este otro todavía si no es tan solo la muerte lo que a ti y a mí nos separe». Bueno, eso podría decirse de Cataluña.

Y nos vamos a comer ante tanta desazón y nos encontramos en el restaurante de Mijas Meguíñez and Grapevine Patio. Qué equivocación. En la carta decían jamón pero preguntabas de qué firma y el camarero te miraba extrañado por la pregunta, no sabía, y preguntó en cocina y tampoco, así que en la mesa cundió el temor. Por supuesto, no había mantel, sino esos tapetes sobre los que comen no se sabe cuántos centenares de comensales antes que usted y en los que dejan sus recuerdos, y todo esto en pleno centro turístico de Mijas. También el restaurante hacía patria con una música (es una forma de hablar) hortera a un volumen excesivo. Seguramente, hacíamos penitencia. Por lo demás, y a decir verdad, los platos que pedimos se dejaban comer, pero es que... Nada, nos reponemos en la Antxoeta. Gabriel y Galán, muy religioso y amante de la vida sencilla en el campo, escribió pensando en otras cosas:

No piense nunca el lloroso

que este cantar dolorido

es un capricho tejido

por la musa de un dichoso.

No piense que es armonioso

juego de un estro liviano;

piense que yo no profano,

ni con mentiras sonoras,

las penas desgarradoras

del corazón de un hermano.