Amable leyente, hoy le escribo musitando. He iniciado el día de noche, haciendo una demostración de recursos. Para empezar, el despertador no ha sonado y ello me ha llevado a saltar de la cama angustiado. Ya en vertical, he descubierto que la electricidad había escapado de casa mientras yo dormía y que la luz se había ido con ella. ¿Adónde irán la electricidad y la luz a esas deshoras? Casi dormido, mi primer ejercicio ha consistido en desbeber de oído, para no macular el suelo.

Sin electricidad en casa, la bomba de presión que facilita el caudal de agua no funcionaba, con lo cual el concepto 'ducha' se reducía a unos leves hilillos, como los del entonces ministro Rajoy. Afortunadamente, la diferencia entre los hilillos de Rajoy y los míos de hoy es que los de él iban de abajo arriba y los míos de arriba abajo. Ducharme con los hilillos de abajo arriba habría sido un lamentable infortunio. ¿Por qué la política crecerá en sentido opuesto al de la ciudadanía?

Sin luz, los cuartos de baño se vuelven madrigueras, y sus espejos se manifiestan tan invidentes como uno mismo. Resultado: mi ducha, mi afeitado y mi peinado hube de afrontarlos en braille, idioma éste que manejo regular, especialmente, de oído. También en braille elegí mi traje, mi camisa, mi corbata, mis calcetines y mis zapatos, procurando procurarme un atuendo arreglado pero informal. Ya vestidito, intenté, en braille, desayunar unas rebanadas de pan con mantequilla que localicé por el mismo método, sin tostar, claro. Pero no...

Estas deliciosas rebanadas de pan, auténticas exquisiteces cuando están calentitas, en frío hacen del ejercicio deglutorio algo idénticamente igual a comerse la primera página de este periódico en plena época de elecciones. Ante tamaña realidad opté por cambiar las rebanadas de pan por dos manzanas. Pero tampoco pudo ser...

Mi desastroso dominio del braille volvió a brillar cuando buscando a tientas las manzanas las confundí con unos membrillos que por su reciedumbre marmórea parecían ser membrillos de Carrara, como poco. Al tratar de cortar uno de ellos, en braille, evidentemente, el membrillo se sintió agredido y mediante una magistral técnica de jiu-jitsu membrillero desvío habilidosamente el filo del cuchillo hacia mi pulgar de la mano izquierda, que a esa hora actuaba de soporte principal del membrillo asesino. Nada más peligroso que un membrillo ninja en la oscuridad. Hoy lo he sabido.

Emulando a los detestables pero gráciles cínifes veraniegos volé hacia el fregadero para evitar manchar el suelo y la mesa de sangre, pero no encontré el grifo. Desorientado, en lugar de al fregadero fui a desangrarme sobre la placa cerámica de la cocina, que, la verdad, bien debiera tener un grifo de urgencia para estos casos... Finalmente, al segundo intento, pude poner mi dedo bajo el hilillo de agua, que, gracias al cielo, salía de arriba abajo...

Terminado mi hercúleo esfuerzo en casa, al llegar a la puerta de salida del garaje, como es normal cuando la electricidad deserta, no pude abrirla. Reaparqué el coche e intenté llamar a un taxi, pero la electricidad también había desertado de mi teléfono, así que, deportivamente, afronté el reto de caminar hasta el despacho. La ciudad parecía sumergida en la ingravidez del universo ciego de un agujero negro oscuro. A esa hora temprana ni se intuía la intención solar de asomar por el Este. Qué jindama de calles, tú...

Cuando amaneció, la ciudad estaba recompuesta y yo descompuesto: mi impecable traje gris marengo, mi camisa hawaiana retro y mi corbata negra se repudiaban entre sí. Mi cinturón de charol blanco del uniforme de la Marina y mis elegantes zapatos veraniegos de charol color caqui, también. Lo único que el conjunto compartía era la uniformidad extendida de las manchas de sangre que lo hermoseaban... Nunca antes merecí tan insistentes miradas, especialmente de ellas, que se fijan más.

El bisbiseo, amable leyente, es una herramienta útil para el desahogo, especialmente en estos tiempos agrios de elecciones y tarúpidos en los que hasta nuestra propia respiración puede volverse en nuestra contra. De hecho, sé de un expresidente de diputación que no optó a la reelección porque un gerifalte del partido escuchaba sus sibilancias aun sin fonendoscopio. Así que, hoy, aprovechando que nadie nos escucha, más que escribirle le susurro al oído mi secreto: lo mío no es el braille.

Por favor, no lo propale.