Sánchez desmonta la República digital catalana, el PP contrata gurús de redes sociales y Twitter prohíbe anuncios políticos, Las elecciones en las dictaduras son un apaño, un paripé, una representación. Eso se decía de los referéndums del franquismo. Al no tener igualdad de oportunidades los contendientes -control de medios públicos, falta de pluralidad, recuentos opacos€- los comicios acaban por convertirse en una farsa a mayor gloria de quien los convoca. Hasta ahora, las elecciones de los llamados países democráticos brillaban por, al menos, una pretensión de limpieza, de marco legal. Pero últimamente comienzan a detectarse síntomas de que las consultas se alejan más y más de la realidad, y la voluntad del ciudadano cada vez pesa menos, al ser moldeada con mayor precisión. Las elecciones ya no se deciden ni en los mítines, ni en los periódicos, ni en la radio, ni siquiera en la televisión, pese a que se insiste en que debates como el del lunes aclaran el voto a un buen porcentaje de indecisos. Las elecciones ahora -desde el referéndum del brexit y la inesperada victoria de Trump- se deciden en un territorio virtual, ignoto, salvaje, sin más ley que la del ingeniero que mejor domestica el logaritmo desde un paraíso digital en el Caribe o en la Europa del Este. A medida que se acerca el 10-N, aparecen noticias muy sintomáticas sobre cómo han cambiado las reglas del juego democrático. Se dice que Cataluña será la clave de estas elecciones. Pues bien, acaba de entrar en vigor un decreto del Gobierno que pretende desmontar la llamada República digital catalana. Como el Govern no ha podido conseguir sus fines en la realidad, lo está intentando en el mundo -¿imaginario?- de internet. El tinglado se llama Republica.cat. No es ciencia ficción, no. El propio Sánchez ha certificado su importancia al asegurar que «ni habrá independencia off line ni on line». Si el presidente en funciones se lo toma tan en serio, será que no se trata de ninguna ensoñación. «Vamos a demostrar -sentenció el líder del PSOE- que el Estado va a ser igual de contundente en el mundo digital que en el mundo real». A ver. ¿De verdad hay un mundo digital y otro real? Si esto es así -y me cuesta creerlo-, la política -y no sólo la política- se nos está yendo hacia el otro mundo, el que según el presidente no es real. Por si no bastara la palabra de Sánchez, el consejero catalán de Políticas Digitales, Jordi Puigneró, ha respondido que «estamos asistiendo a un 155 digital, un golpe de Estado». Un 'golpe de Estado' que también debe de ser virtual, ya que ha sido contra la estructura que la Generalitat manejaba desde servidores fuera de la Unión Europea, ubicados en 'paraísos digitales', como en la Isla de Nieves en el Caribe. Puigneró ha llegado a admitir que el Govern trabaja «en la nube» y ha ironizado porque «ahora Pedro Sánchez quiere prohibir una República que decían que no existía (€). La república digital es el nacimiento de un quinto poder: la ciudadanía digitalmente apoderada». Si la República digital catalana existe, vamos a tener que creernos que no es nada disparatado que el PP, aunque lo niegue, pudiera estar detrás de una campaña de anuncios falsos para fomentar la abstención entre sus rivales, campaña con la que se habrían alcanzado entre seis y siete millones de impactos en Facebook. Casi a la vez, el alma de Twitter, Jack Dorsey, al anunciar que su red social no iba a admitir anuncios políticos, dibujaba una situación cuando menos preocupante: «Pagar para aumentar el alcance del discurso político tiene importantes consecuencias que la infraestructura democrática de hoy puede no estar preparada para manejar». Ignoro cuáles son los intereses del señor Dorsey, pero estoy totalmente de acuerdo con que la democracia actual está superada por las herramientas tecnológicas al servicio de la propaganda. Está tan poco preparada que el propio PP ha vuelto a recurrir a los servicios de The Messina Group, una empresa avalada por su contribución a los triunfos de Obama en 2012, Cameron en 2015 y Rajoy en 2016. Su trabajo consiste en la «segmentación de audiencias en redes sociales», es decir, en hacer llegar el mensaje adecuado a cada votante concreto. Algo que, según los expertos, está privando a la política de la, otrora tan indispensable como poco científica, intuición. A este paso, parece próximo el día en que se reclame la prohibición de las redes sociales en campaña, como ya se prohibieron en su momento las encuestas. En este maremágnum, sólo hay una cosa que no ofrece duda: los resultados del domingo ya no serán virtuales y tendremos que lidiar con ellos.