Como estaba previsto, la fragmentación del bloque de centro - derecha le ha servido, una vez más, en bandeja la victoria a Pedro Sánchez. Será, no obstante, una victoria amarga que complicará aún más la salida del atolladero en que se encuentra la política nacional. Por un lado, la derecha no alcanza para gobernar, y por otro, la izquierda, para hacerlo, tendría que recurrir a la indeseable aritmética separatista, todo ello sin contar el escaso ánimo demostrado por el PSOE para entenderse con Unidas Podemos. El Partido Popular tampoco lo tiene fácil en el supuesto de que la presión social y del Ibex 35 lo empujen a echarse a un lado para facilitar la gobernabilidad socialista, debido a la amenazante sombra de Vox y el terreno que puede cederle si se presta a ese tipo de maniobra, precisamente cuando lo que ha brotado de estas urnas es una radicalización del electorado mayor que la que ya existía. La prueba está en los buenos resultados obtenidos por las fuerzas más antisistema. Aunque ya se presumía, otra mala noticia para la moderación es que un partido de corte centrista y liberal, Ciudadanos, retroceda en el sufragio y lo reemplace otro nacional populista de planteamientos extremos como es Vox, de todas las siglas la que con mayor ímpetu crece. No hace mucho todavía la disputa de la hegemonía en la derecha la libraba el PP con una fuerza de corte abierto y moderno en la defensa de los derechos cívicos. Ahora, en cambio, la amenaza para la preponderancia conservadora es el partido de Abascal, de homologación lepenista. Ciudadanos se ha diluido como un azucarillo en una estrategia seguramente equivocada y en la volatilidad de una parte de la opinión pública. En cualquier otro lugar que no fuese este terrible país costaría explicarse cómo un partido que defiende ideas que aparentemente complacen a una mayoría cualificada ha caído a plomo en tan poco tiempo.