Pedro Sánchez puede estar contento: si España parecía hace sólo un año una anomalía en la Europa populista por la inexistencia de una extrema derecha parlamentaria, tras estas nuevas elecciones ocupa los titulares de los medios de todo el mundo por el auge espectacular del partido de Santiago Abascal.

El líder del PSOE y presidente del Gobierno en funciones ha querido jugar esta vez a aprendiz de brujo, y el tiro le salió la culata, como muchos temíamos, pero al parecer no supieron ver los expertos que le asesoran.

Su apelación a los votantes para que corrigieran su voto y le dieran, en una nueva convocatoria electoral, una mayoría suficiente que le permitiera gobernar sin necesidad del cada vez para él más incómodo Unidas-Podemos, no le dio el resultado que esperaba.

Como tampoco funcionó la derechización de su discurso de ley y orden frente a Cataluña: está ampliamente probado, y volvió a demostrarse una vez más, que, a la hora de votar, los ciudadanos prefieren siempre el original a la copia.

Consideración que vale también para Ciudadanos, la agrupación de Albert Rivera, que, con su obsesión ultracentralista y su negativa hasta casi el último momento a cualquier entendimiento con el PSOE, dilapidó la oportunidad de que España contara por primera vez con un partido liberal y de centro, capaz de contribuir al desbloqueo.

El espectáculo de la violencia callejera en Barcelona y otras ciudades de Cataluña tras el anuncio de la sentencia contra los líderes independentistas fue sin duda determinante para el crecimiento de Vox en las urnas: los extremos siempre se retroalimentan.

Podemos culpar una vez más al líder de Unidas-Podemos, Pablo Iglesias, de no haber facilitado por culpa de su excesiva ambición el que se formara un Gobierno de izquierdas tras las anteriores elecciones, pero sin duda la mayor responsabilidad corresponde a Sánchez y a la equivocada obstinación del líder de Ciudadanos. Así parecen haberlo visto también los ciudadanos.

Si el dirigente socialista creyó que una nueva convocatoria electoral, que él quiso convertir casi en un referéndum en torno a su persona, iba a aclarar el panorama, se equivocó de pe a pa: el crecimiento espectacular de Vox y la fragmentación partidista va a resultar todavía más difícil que antes la gobernación del país.

Envalentonado por sus espectaculares resultados, que le han convertido en la tercera fuerza parlamentaria, Vox tendrá ahora en el Parlamento una excelente tribuna para seguir voceando sus mensajes populistas, xenófobos y claramente antidemocráticos, que los medios y las redes sociales se encargaran sin duda de amplificar.

El conflicto catalán seguirá agravándose -han crecido electoralmente las opciones más radicales en detrimento de Esquerra Republicana- sin que nadie acierte a ver una solución política, que sólo puede venir con el diálogo, algo que será ahora más complicado con un Vox fortalecido en el Congreso y la pérdida de la mayoría absoluta socialista en el Senado.

Sánchez y Pablo Iglesias están obligados a entenderse, cueste lo que cueste, porque nadie puede pensar ahora en una Gran Coalición entre el PSOE y el PP de Pablo Casado, que convertiría a Vox en el gran partido de la oposición. Y la alternativa de convocar nuevas elecciones sería totalmente irresponsable.