Hay efemérides evocadas con tal nitidez que te conducen a hacer un viaje por el tiempo sin el menor esfuerzo de memoria. Uno rememora cuándo se enteró del hecho, con quién estaba acompañado y las emociones generadas ante tal acontecimiento.

Transformado en una de las alegorías más sobrecogedoras de la guerra fría, el Muro de Berlín cayó hacia las 23 horas del 9 de noviembre de 1989, hace ahora 30 años; una muralla de 155 kilómetros levantada por la Alemania comunista en 1961 para impedir la libre circulación de sus habitantes hacia la tentación trasgresora del mundo occidental, tiñendo de blanco y negro las biografías de los alemanes orientales durante más de tres décadas.

El mes de noviembre también pasará a la historia de esta ciudad con la caída de otro de los altos muros que durante más años de los deseados dividió el horizonte de nuestra bahía, obstruyendo la entrada a los ciudadanos. Tras recuperar el Estado su titularidad, este pasado lunes se iniciaban las obras de derribo del muro y las actuaciones de limpieza de los 33.000 metros cuadrados del ajado y simbólico Baños del Carmen.

Tenemos que felicitarnos ante la buena nueva. Puede parecer anecdótico, pero esta intervención aunque en un principio pueda parecer reducida y provisional -a la espera de la ejecución del parque marítimo terrestre cuya redacción se está llevando a cabo por Urbanismo-, nos invita al retorno a este lugar fascinante para deleite de los sentidos, hallando una nueva perspectiva -la correcta- la cual nos concede el sosiego visual al que nos convoca la ensenada malagueña en sus atardeceres.

Parafraseando al poeta y novelista checo - enamorado de Ronda- Rainer Maria Rilke, debemos de convertir nuestros muros en peldaños y así gozar de nuestros espacios.