Los periodos electorales cada vez son más hirientes. Para los escuchantes, obviamente, no para los voceros. Cada vez es más evidente que las heridas las infringe el bajo perfil de los pasteleros políticos, a los que se les va la mano del electoralismo, ese condimento que entre pasteleo y pasteleo hace subir el suflé político con el que desnaturalizan los propios principios de cada cual, aquellos principios de los que, quizá, ya ni se acuerdan, los prístinos, si es que alguna vez los hubo.

Las contiendas electorales políticas se han convertido en hediondos pastiches torticeros que necrosan los objetivos de la contienda política, que cada vez responde más al mercadeo de avaselinadas unturas pecaminosamente nefandas, que a los elixires y ungüentos dialécticos propios de la esencia de la política, cuya talla no es medible en metros, ni en forzados diagramas en cuatricromía, ni en pseudopapiros al viento, ni en adoquines al peso, ni en ridiculeces extemporáneas que solo enseñorean a los que se les ve el plumero comunicacional. A falta de facundia, bien vale un atropellado palabreo trilero, defienden algunos... Patético, diría alguien que yo me sé.

El armario del que salen quienes pretenden cobrar de la política es más que evidente. Lo que no es tan evidente es por dónde se accede a ese armario y cómo es que ni a la entrada ni a la salida se les exigen los certificados de suficiencia a los aspirantes a entrar y salir de él. Sencillamente vergonzoso.

Al señor -o la señora- que me lleva de un punto a otro conduciendo un taxi, un autobús o un convoy de metro, en cualquier ciudad de España le es exigida una acreditación de suficiencia. ¿Por qué no se aplicará la misma medida a aquellos que, además de obligarme a sentir vergüenza ajena con demasiada frecuencia, pueden llevarme a la ruina, o cerrarme a cal y canto los mercados que sustentan mi negocio y mi sustento y el de los míos, o convertirme en un ser humano despreciable o de segunda o tercera clase, por el simple hecho de ser andaluz o español por ejemplo? Y todo ello, no se lo pierda amable leyente, por su bien y el mío, propalan. Solo por su bien y el mío, o sea, por el bien de España, dicen. Deplorablemente truculento.

¿Ha actuado alguno de los egresados del armario de la política con sentido común, con seso, con profesionalidad, con sentido de Estado, al permitir la celebración de las últimas elecciones, cuyo módico precio sobrepasará los ciento treinta millones de euros? ¿Ha servido este dispendio para algo más que para verificar el Principio de Peter, que en este caso viene a demostrar que nuestra tribu política ya ha alcanzado su máximo nivel de incompetencia? Racionalmente inaceptable.

Para fijar el trance al que nos lleva el anterior párrafo, quizá no esté de más recordar a Jean de La Fontaine, el fabulista, cuando nos legó aquello de que a veces nos damos de bruces con nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo. ¿De qué leñe huíamos para encontrarnos con Vox?

La contrahechura de la actual política exige menos armarios y más almarios; menos individuos armados hasta los dientes de razones políticas y más personas almadas hasta los tuétanos. La razón y la lógica políticas, a pesar de los aspirantes a marionetistas, demandan, metafóricamente, menos armamento táctico y más almamento estratégico; menos procesos armamentistas y más procesos almamentistas. ¿O no?

Independientemente de su complexión, su raza, su profesión, sus pulsiones, sus emociones, sus esfuerzos, sus ambiciones, sus logros..., a la postre, el único sapiens sostenible es un sapiens almado. Todo lo demás serán brindis al sol y pantomimas armadas sobre un andamiaje de realidades contrahechas con intenciones partidistas sin alma. O sea, sin psique, a decir de los griegos aquellos...

Sé que el verbo almar no existe, pero conviene aprender a conjugarlo, con urgencia.

Los almarios nutricios brillan a la luz de sus contenidas psiques. Los abaldonados armarios oscuros que a modo de barricas incuban la política actual, no. Y, ojito, porque estos armarios mejoran cada nanosegundo desde hace años. Es decir, empeoran, porque, a tenor de la lógica formal de los griegos aquellos, cuando lo malo mejora, muta a peor.

En síntesis, inaceptable, truculento y vergonzoso el asunto. O, lo que es aún peor, patético, que diría alguien que yo me sé...