Los abrazos, al menos en política, hay que ensayarlos. La escenografía del pacto, con dos chicos a un lado, dos chicas al otro y un asesor de testigo ha sido algo penosa, pero el abrazo es un horror. Ya sé que no era fácil urdir un abrazo solvente entre cuerpos tan dispares y poco empáticos, pero cabía esperar, tras meses marcando distancias, una mayor contención. En los ojos cerrados de Pablo se lee un derretido ¡yaaa€!, y en la sonrisa nada exultante de Pedro un resignado ¡vaaale€!, pero lo peor es el abrazo en sí, tan corporal y sin guardar la compostura. Hubiera estado mejor un semiabrazo sujetándose por los codos y mirándose a los ojos con media sonrisa, o un abrazo ritual como el de los curas en la misa. El pacto era una obvia necesidad para restablecer la política en España, y puede ser el buen final de una mala película, pero sin maestro de ceremonias nunca se irá muy lejos.