Cuba siempre ha sido, y siempre será, un grano en mal sitio para los gobiernos de España de cualquier signo o régimen (de Franco a Pedro Sánchez): molesto pero suyo. La razón de que Cuba siempre lo haya sido es parecida: es muy suya y se quiere mucho. Es cómo amar a alguien con gran amor propio: siempre se revolverá contra la dimensión posesiva del amor. A Cuba no hace falta que la redimamos, ni siquiera que tratemos de entenderla. Tampoco es fácil: una dictadura popular la ha congelado en el pasado, sacándola de las coordenadas de comprensión de nuestro mundo, y vive en otro, con una mezcla de resignación, contumacia y orgullo, como si aguardara que ese mundo nuestro, del que ha acabado siendo el único error gramatical, salga de su error y le de la razón. Pero su gente es formidable, rezuma valores, y se merece de nosotros un amor sin lecciones (que ni pide ni las quiere).