Lo ocurrido últimamente en Bolivia con la renuncia, «sugerida» por el jefe de las Fuerzas Armadas, de su primer presidente indígena, Evo Morales, parece obedecer a un nuevo manual del golpismo.

Algo ensayado ya, aunque por el momento sin éxito- podría ser sólo cuestión de tiempo- en la Venezuela de Hugo Chávez y su sucesor, Nicolás Maduro, pero que ha acabado triunfando en el país andino.

El ensayista y activista Nino Pagliccia, de la universidad de British Columbia (Canadá) lo califica de golpe de Estado «híbrido» porque no se limita a la simple toma del poder por los militares sino que sigue un patrón que combina distintos elementos.

Se aprovecha una consulta electoral para, antes de que acabe el escrutinio, acusar de fraude al Gobierno, con lo que se consigue dividir a la sociedad y se moviliza luego a las turbas para crear situaciones de desorden que justifiquen la intervención de la policía.

Mientras aumenta el caos en todo el territorio, se invita a las Fuerzas Armadas a tomar cartas en el asunto, violando sus promesas de lealtad a la Constitución y al poder civil.

Todo ello se complementa desde el país que está siempre alentando esos intentos con durísimas sanciones destinadas a crear escasez de alimentos y restricciones económicas que solivianten contra el Gobierno a las clases medias y populares.

Entonces aparece en escena un dirigente político como fue Juan Guaidó en el caso de Venezuela o ahora la segunda vicepresidenta del Senado, Jeanine Áñez, en Bolivia, que se autoproclama nuevo presidente interino del país para dar una falsa pátina de legalidad a lo sucedido.

En el caso del país andino hay otro gran protagonista del golpe y es un tal Luis Fernando Camacho, rico abogado de 40 años que preside actualmente el llamado «comité civil de Santa Cruz» y al que algunos medios han vinculado con la trama de evasión fiscal conocida como los papeles de Panamá aunque él afirma que se trata de amedrentarle.

Es importante saber que Santa Cruz es la zona más rica de Bolivia, abundante en recursos naturales, sobre todo con un enorme potencial energético que, tras la nacionalización que llevó a cabo el presidente Morales en 2016, quedó en manos del Estado.

Luis Fernando Camacho, a quien apodan «el macho Camacho», fue años atrás vicepresidente de la Organización civil crucerista, un grupo de choque violento, y actualmente forma parte, según Telesur, de una las dos grandes logias de la zona (los Caballeros de Oriente) y del Grupo Empresarial de Inversiones Nacional S.A., vinculado a los seguros, el gas y los servicios.

Para el politólogo bolivariano Marcelo Arequipa, Camacho pertenece a «una elite que siempre ha manejado el poder cívico y el poder territorial en Santa Cruz» y que desde los inicios del Gobierno del MAS (Movimiento al Socialismo), de Morales, cuestionó su legitimidad.

Una vez consumado el golpe contra el presidente indígena, Camacho, que menciona a Dios en todas sus apariciones públicas e insta a sus seguidores a llevar siempre una imagen de la virgen en todas sus movilizaciones, entró en el palacio de Gobierno y rezó arrodillado sobre la bandera boliviana.

El antes citado politólogo Pagliccia no exime de culpa a la propia Organización de los Estados Americanos, que tiene significativamente su sede en Washington, por haberse precipitado en cuestionar los resultados de las elecciones bolivianas antes de que acabara el recuento de los votos.

Y acusa al Gobierno de Ottawa de deslegitimar al Gobierno de Morales, alineándose totalmente con la posición de Washington. No en vano, explica, la ministra canadiense de Exteriores, Chrystia Freeland, contribuyó a la creación del grupo de Lima, el que descalificó como ilegítimo al Gobierno de Nicolás Maduro y reconoció en su lugar a su opositor, Guaidó.