La parsimoniosa entrada del Talgo en la estación de Atocha, con la cuadriga del Ministerio de Agricultura a la vista: no es mal preámbulo para la visita al Museo del Prado por parte de un adolescente de provincias, en compañía de sus compañeros de clase. Convengamos que Goya, Velázquez y El Bosco no fueran el gancho principal del viaje para el interesado, pero asociar esa primera exposición de los grandes maestros a una experiencia inolvidable junto a sus colegas siempre es una buena idea, cuyos efectos serán perdurables. Y más aún si el responsable de la actividad sabe dosificar la apabullante colección de la pinacoteca, aderezándola con comentarios atractivos que contextualicen lo que se contempla. ¿Quién no recuerda su primera vez ante Las Meninas, especialmente si una voz amiga nos desvelaba la esencia del arte de la Pintura contenida sobre el lienzo?

Ésa fue la experiencia de muchos españoles de hace unos años y pocas inversiones de nuestros padres fueron más productivas, en mi opinión. Habrá otras visitas al Prado pero ninguna comparable a aquella primera.

En la actualidad ya no es necesario pernoctar en Madrid, como lo era entonces. Es posible salir de Málaga temprano y volver en el último tren. Claro que la implantación del AVE ha suprimido otras alternativas más baratas y el importe del viaje no es nada desdeñable. Por eso resulta comprensible que haya padres que consideren excesivo el precio pues, total, al final es un solo día.

A fin de cuentas, existe Instagram para que sus vástagos se formen en Estética e Historia del Arte, gracias a los modestísimos móviles de su propiedad.