Lo bueno deja siempre en evidencia lo que no lo es. Cae este sol que se ha vuelto invernal de pronto en su costa malagueña y yo voy, mientras los turistas pasean, escuchando en la radio uno de los anuncios de la lotería de Navidad. Me hace llorar o casi, aunque el aire que corta me seca la humedad en la pupila en cuanto la produce el lacrimal. Suele ser buena, la publicidad de la lotería, pero esta vez ha tocado la médula de una sociedad que anda trastabillada y con los hijos de por medio entre el dolor y los reproches tras las separaciones, a los que contribuye una deficiente educación sentimental y un feroz instinto por ganar en los juzgados lo que luego supone la derrota del día a día. La voz del estupendo actor Ramón Barea, que hace de suegro en el anuncio del que les hablo, le dice a su ex nuera al darle el décimo: «Aunque ya no seas la mujer de mi hijo, para mí sigues siendo parte de la familia»...

Ernesto

Esta semana falleció otro bueno. Ernesto Gómez era, por encima de todo, enseñante. Como su mujer, Marisa Bustinduy, nos llegó de la Melilla todavía malagueña para siempre y como consorte supo estar a la altura cuando ésta se bregó como candidata socialista a la alcaldía. Hablamos de su cáncer que yo no sabía en la boda de otro amigo común, Enrique Benítez, quien fuera delegado de Economía y Hacienda de la Junta, también un hombre bueno con el que a veces hablo de libros y con el que tengo pendiente comentar el anuncio de la lotería que a ambos nos concierne. En las pocas ocasiones en que volví a hablar con Ernesto desde entonces, daba la impresión de que nunca le parecía que su padecimiento tuviese demasiada importancia ni que le fuera a joder la vida más que lo estrictamente necesario. Con generoso afecto, hace años, cuando él aún daba clases en la facultad de Ciencias de la Educación, me invitó a dar una charla sobre educación y ciudadanía desde la responsabilidad del comunicador. Al verle con los alumnos, ilusionado y repartiendo turnos de palabra, confirmé lo que ya sabía, Ernesto era bueno. Por eso siento tanta pena por su temprana pérdida y por eso me costó tanto asomarme otra vez al cementerio la otra tarde, otra vez...

Antonio

He dejado el coche en el aparcamiento de la Marina, aunque siempre sé que no cabe. Metemos los coches pero no caben. En fin, no se pelea uno ya con estas cosas. Uno ya sabe que pese a que la sociedad de aparcamientos es municipal, o sea, de todos, nadie va a repintar los espacios para que todo sea un poco más cómodo para quienes los pagamos, y así perder ese dinero de más que siempre nos dicen que falta. Preparo estas líneas mentalmente mientras ando ejercitándome antes para entrar como una serpiente a mi coche y, al acercarme a la calle Córdoba donde ya se enseñorea el teatro del Soho, brinco con la ilusión de un niño al que llevan al teatro por primera vez. Me han invitado a la inauguración de ayer y, por muchas cosas, estoy con los nervios de uno de los chicos de la línea del coro. Cuánto éxito merece esa iniciativa del que, aunque parezca un pasaje de un guión de Berlanga, no me duelen prendas de diseño en denominar el malagueño de los malagueños: Antonio Banderas...

Pedro

Y claro que hay que hablar de política. Pero poco. Hace falta sosiego. La sobredosis ha sido tan injusta como inevitable. Algo parecido a la estrechez de la mayoría de los aparcamientos municipales, que además de injusta y parece que inevitable es disuasoria, supongo, para que no utilicemos el coche para ir al centro pudiendo subirnos tres en un patinete con las bolsas de lo comprado en las tiendas (lo he visto) o para que utilicemos solo el autobús y la bici. Vale. Lo que nos han hecho llevándonos a las urnas de nuevo el domingo pasado no tiene nombre ni parangón en nuestra historia democrática. Pero lo que nos están haciendo ahora tampoco. Tan poco serio parece todo que uno ya no cree ni en las matemáticas. Pero cualquiera de mi barrio con un poco de «pesqui» sabe, haciendo la cuenta de la vieja, que la suma no le da al uno y trino de Sánchez. El correoso Pedro con quien nadie puede aclararse ya no es sólo Pedro Jano el bifronte, que habla con dos rostros según lo haga antes o después de la presidencia, ahora es el Pedro tres en uno: el que hablaba antes de ser presidente, el que hablaba cuando aún lo era y el que habla ahora cuando pacta con Iglesias. Nada que reprocharle. Si él son tres, justo es que los tres se contradigan. incluso ha tenido punto que no haya quedado en el chalé de Pablo para firmar los diez puntos, que parecen de aulario...

Alfonso

Me consuela que otro bueno, y grande, mi compañero Alfonso Vázquez, se vaya a pasar un ratillo por Canal Sur Radio esta mañana para hablarme de su última novela: 'El fantasma de Azaña se aparece en chaqué', en cuyas cultas y divertidas (como él) páginas no falta ni el llorado Antonio Garrido, con quien tanto queríamos ambos... Porque hoy es Sábado.