En el año 2023, después de un proceso largo y doloroso, la nación catalana logró la independencia, reconocida de inmediato por organismos internacionales y entes supraestatales: se cumplía por fin un sueño anhelado por muchos desde hacía generaciones. Nacían, de este modo, nuevas fronteras, pacíficas y consensuadas, y se abrían en el horizonte escenarios de libertad y esperanza. Era la encarnación pura del espíritu de la democracia.

Al albor de lo ocurrido, se celebraron poco después sendos referéndums en las Islas Baleares y en la Comunidad Valenciana, en el que se preguntó al Pueblo sobre la oportunidad de abandonar al viejo estado centralista y sumarse, ilusionados, a un nuevo proyecto que enfrentara con valor y determinación los grandes retos de la Humanidad. El apoyo masivo dio lugar al surgimiento de una entidad jurídica inédita, que bautizaron, quizás un poco prepotentes, con el nombre de Países Catalanes: aunque de espíritu moderno y emprendedor, no olvidaba, sin embargo, su profundo arraigo a la tierra y sus tradiciones. Apenas representados por una minoría, se oyeron las primeras discrepancias en torno a la idoneidad del nombre elegido pues, ¿a qué países se referían?, ¿se recogían todas las sensibilidades?, ¿era pertinente el uso de la palabra catalanes en vez del más inclusivo de, por ejemplo, levantinos? A muchos, que eran pocos, esos detalles no le parecían menores. Pervierten la Historia, decían, nos ignoran, denunciaban, así que cuando fue necesario sacar adelante el presupuesto anual se aceptó la denominación sugerida: Federación Levantina.

La situación, en realidad, apenas cambió: se siguieron pagando las pensiones y los políticos inauguraron, con meses de retraso, nuevos hospitales. También, con menor publicidad, se privatizaron redes de autopistas y la coyuntura internacional, explicaron, obligó a congelar salarios y recortar gastos sociales. Las tasas de suicidio y alcoholismo eran idénticas a las del país que habían dejado atrás. Pasaron los años y murieron los promotores de la libertad y la lucha. Algunos colegios y un puñado de bibliotecas los recuerdan.

A la par y por idénticos motivos, otras regiones se fueron sumando a la consecución del abrigado sueño: Galicia, Euskadi, Navarra, Andalucía Occidental y Murcia. En cambio, Canarias, Melilla y Ceuta, a pesar de que ratificaron su deseo incondicional de permanecer con el resto de España, fueron abandonadas a su suerte y expulsadas. Otras regiones, aprovechando las oportunidades que ofrecían los nuevos escenarios, se lanzaron a la ejecución de proyectos faraónicos. Aragón, con la participación de capital chino y ruso, invirtió grandes sumas de dinero en construir túneles kilométricos que conectaran con el continente.

Mediado el siglo se agravó la situación hídrica en el arco mediterráneo. Murcia, para presionar a lo que quedaba del Estado, se alió como socio preferente con los Países Catalanes; al poco tiempo se sumó a la iniciativa la Andalucía Oriental. De este modo surgió una nueva entidad jamás soñada por nadie antes y que, tras muchas reuniones con publicistas y líderes virtuales, llamaron con grandilocuencia Confederación de Países Mediterráneos Occidentales, conocida como la Copmo, y que no tardó en llegar a acuerdos razonables con el estado vecino para, a cambio de trasvases de agua a cuencas deficitarias, dejarlos acceder sin aranceles a determinados puertos marítimos. Las dos Castillas y Extremadura, para no quedarse atrás, le propusieron a Portugal la creación de una Unión Ibérica: era prioritario poder controlar el cauce de tres grandes ríos. Al pasar el Tajo por Madrid, se decidió añadirla al tratado en el último momento. Como vieran que iba a ser mejor estar juntas que separadas, las cuatro regiones restantes fundaron el fraccionado país Carás, monarquía parlamentaria con capital en Oviedo. Ese gestó sentó mal en ciertos sectores zaragozanos.

Mientras iban decidiendo las nuevas banderas y los estremecedores himnos, se hicieron evidentes e incuestionables las agoreras amenazas climáticas, que se cebaron, según pronosticaron desde el principio estudios independientes, con la Península Ibérica: las zonas desérticas, las avalanchas de agua, la subida desquiciante de las temperaturas, el litoral invadido por el cálido mar, los incendios descontrolados, las sequías galopantes, las nuevas epidemias, el temido descontrol.

Empezó entonces la danza del caos, la pesadilla de la impotencia, el fácil recurso del reproche ajeno: porque vosotros..., si hubieseis..., estaríamos mejor..., nunca escucháis al Pueblo... En el fondo, avergonzados, todos sabían que durante décadas habían derrochado un tiempo precioso en cuestiones absurdas, ridículas, y que ya no había margen para rectificar: el Pánico y el Miedo habían llegado y la única solución era huir y escapar.