Aunque ya han llovido 20 años, recuerdo perfectamente aquel fatídico 17 de noviembre de 1999. Fue una noche tan oscura como fría cuando el líder de Los Secretos partió en busca de acordes aún no inventados. La noticia dejó mi alma perdida por el boulevard de los sueños y con mis ojos como un vidrio mojado. Gracias a una sensibilidad y talento extraordinarios, el genial artista madrileño supo transformar los desengaños amorosos en poemas musicales. Sus temas actuaron de bálsamo en nuestros fracasos, evitando beber hasta perder el control. Convertidas en la banda sonora de nuestras vidas, sus composiciones han pasado a ser himnos intergeneracionales. Ajeno a los vaivenes de las modas, siempre se mantuvo fiel a un estilo personal y auténtico. Dotado de una voz melancólica y profunda, nos ayudó a cicatrizar las heridas en las derrotas sentimentales. Por todo ello, su figura jamás transitará por la calle del olvido y un día más, vuelvo a tu lado. Aunque tú no lo sepas, te he echado de menos hoy exactamente igual que ayer. Hasta siempre, Enrique.

Javier Prieto Pérez

Málaga