La corrupción de izquierdas duele más, y Felipe González añade que también ejerce un peso adicional sobre el votante. El PSOE es un partido andaluz desde su matriz sevillana en la transición, los más exaltados añadirán que Andalucía es el PSOE. Bajo estas coordenadas, la sentencia de los ERE corrobora la instauración de un caciquismo de izquierdas, un clientelismo con fondos públicos que derrama cientos de millones de euros para garantizarse la fidelidad del voto. Concluir aceleradamente que no hay provecho propio significa abstraerse en la esfera penal, porque el beneficio político de granjearse el sufragio masivo no requiere de mayor explicación.

En la política postmoderna, las consecuencias se anticipan al veredicto. Una vez sentenciado un caso masivo de corrupción socialista en su feudo capital, conviene que Pedro Sánchez pida perdón durante varios días consecutivos con sayo de penitente. Del mismo modo, el PP tiene derecho a regocijarse con la comprobación de que hay partidos que pueden competir a corruptos con los populares. Sin embargo, Rajoy figura en las anotaciones de Bárcenas, a quien prometió ayuda desde su telefono presidencial, y declaró como testigo cualificado y poco fiable en el caso Gürtel. En cambio, el actual secretario general del PSOE no ocupaba su cargo actual durante los ERE, y los condenados han figurado entre sus adversarios internos más significados. Por supuesto, los diputados que no lo consideren así pueden oponerse parlamentariamente a la investidura en curso.

Rajoy no cayó por la Gürtel, ojalá, sino porque la mayoría absoluta del Congreso le retiró el cargo. Los ERE golpean de lleno a la aristocracia autosuficiente del PSOE, a ministros como Magdalena Álvarez y José Antonio Griñán, o a vicepresidentes del Gobierno como Manuel Chaves. Aquí no hay barrionuevos, el único socialista que aceptó la cartera de Interior y pereció políticamente en el intento. Sánchez es el heredero de una trama indigna de la política y letal para la izquierda, le ha llegado la hora de desvincularse de sus predecesores. Y de predicar que la corrupción es más difícil en los gobiernos de coalición, por la ferocidad con la que se vigilan mutuamente los socios que no amigos.