Hoy es un día triste para Andalucía», dijo con toda la razón el presidente del Gobierno andaluz, Juan Manuel Moreno Bonilla, tras conocerse la sentencia judicial condenatoria de los ERE. Y añadió: «Es un caso que nos avergüenza profundamente».

«Es un día triste para Andalucía», coincidió con él la coordinadora andaluza de Unidas Podemos, Teresa Rodríguez, que denunció la forma de gestionar lo público por el PSOE andaluz, basada, según dijo, en la «corrupción» y «las redes clientelares».

Un día triste para toda España, habría que añadir, porque la sentencia ha venido a demostrar que muchas de las prácticas que expone el historiador británico Paul Preston en su último libro, 'Un pueblo traicionado' no acabaron, ni mucho menos como él explica, con la llegada de la democracia.

Y eso vale lo mismo para el PSOE, cuyo secretario de organización, José Luis Ábalos, sostiene ahora a propósito de los ERE que «es un caso que no afecta al Gobierno ni a la actual dirección», que para el PP nacional, que, olvidándose de su igualmente escandaloso caso Gürtel, saca ahora pecho hipócritamente y exige la dimisión de Pedro Sánchez.

Aunque métodos y objetivos - lucro personal o reparto del dinero público entre amigos y allegados o para ganar fidelidades- hayan sido en uno y otro caso diferentes, la corrupción es, por desgracia, una de las lacras de décadas de bipartidismo que muchos parecen ahora añorar.

Es algo contra lo que prometió luchar Ciudadanos, que se fijó en un principio como gran objetivo la regeneración de la política, pero que, obsesionado con la unidad de España, acabó perdiendo el juicio y el norte para caer casi en la irrelevancia.

Tiene, por su parte, Unidas Podemos la difícil papeleta de formar gobierno de coalición con un partido como el PSOE que, con un nuevo liderazgo al que mira con desconfianza su vieja guardia, considera que ya se depuraron en su momento las responsabilidades políticas en que incurrieron sus dirigentes andaluces como si la cosa ya no fuera con todos ellos.

Hay quienes, ante el desafío que supone el independentismo catalán y los difíciles desafíos económicos y tecnológicos a los que, al igual que otros países de nuestro entorno, se enfrenta España, abogan por una gran coalición entre el PP y el PSOE.

Pero, habría que preguntarse, aun reconociendo las ventajas en materia de estabilidad económica que podría proporcionar un gobierno de ese tipo, ¿no sentirían entonces la tentación los dos grandes partidos de seguir tapándose mutuamente las vergüenzas? ¿Se acabarían, por ejemplo, de una vez las puertas giratorias?

Para que exista una sana democracia, hace falta una oposición fuerte, y en ese caso, la mayor oposición vendría sin duda, no ya de Unidas Podemos, que continuaría siendo el blanco de los que llamamos «poderes fácticos», sino de Vox.

Es decir, de un partido de ultraderecha aficionado como todos los populistas a pescar en río revuelto y que añora a todas luces una época como la de la dictadura franquista en la que si nadie hablaba de corrupción es porque no había medios que pudieran u osaran denunciarla.

«El bipartidismo ha traído corrupción y arrogancia», ha dicho un poco vergonzosamente a través de Twitter, el líder de Unidas Podemos, Pablo Iglesias. Y añadió: «España ha cambiado y no volverá a tolerar la corrupción».

Al leer esas palabras, uno no puede sino pensar que son eso que los ingleses llaman 'wishful thinking' (deseos piadosos, ilusiones).