El gran Ivan Zenaty es considerado por la crítica especializada como "el violinista checo más importante de estos tiempos". El pasado 18 de noviembre este maestro regresó a Marbella. Me atrevo a escribir que regresó a su Marbella. Por décima vez. Como siempre, de la mano de la muy ilustre Asociación de los Amigos de la Música, ya instalada en una emocionante celebración del 50 Aniversario de su fundación por otro gigante del mundo sagrado de la música. El pianista Artur Rubinstein, don Arturo, cuyo nombre honra desde hace años a una de las avenidas más importantes de la ciudad.

Fue una noche inolvidable. Así lo reconoció la muy admirada presidenta de la asociación, Yolanda Galeras. En el momento solemne en el que le hizo entrega al maestro Zenaty de una muy merecida Distinción de Honor, en agradecimiento por su larga y muy sentida colaboración con la ya legendaria institución marbellí. Y así lo rubricaron los aplausos atronadores de un auditorio enfervorecido, puesto en pie, rendido ante un maestro de maestros.

Decía Aristóteles en su "Moral a Nicómaco" que el hombre virtuoso y sabio, por lo tanto perfecto, jamás habla de sí mismo. Así lo cree el gran Zenaty, mientras lograba llevarnos, sin aparentes esfuerzos, al universo de la perfección musical, con su amado instrumento, un excelso Giuseppe Guarneri del Gesù de 1740. Y desde 2009 siempre en compañía de los jóvenes maestros del "Ensemble 18" de Praga, también presentes en este concierto, como no podía ser menos. Para la mayor gloria de Santa Cecilia de Roma, patrona de los músicos, cuyo día se celebró ayer.

Creo recordar que he asistido a seis de los conciertos marbellíes de Ivan Zenaty. Siempre pensé que aquel violinista en estado de gracia era simplemente perfecto. Un privilegio que debo agradecer a los Amigos de la Música de mi querido pueblo. En el concierto del pasado lunes Ivan Zenaty hizo posible lo imposible. Pudo volar aún más alto. Su antiguo mentor del Conservatorio de Moscú, el gran Igor Bezrodny, no hubiera podido contener las lágrimas. Como nos ocurrió a más de uno ante aquel repertorio glorioso de obras eternas de Albinoni, Haydn, Dvorak y Vivaldi.

Tengo la grata obligación de compartir con ustedes un episodio, en principio alarmante, que precedió a un concierto excepcional en todos los sentidos. Minutos antes del comienzo vivimos preocupados el desmayo entre el público de una señora de avanzada edad, muy querida y admirada por los miembros de los Amigos de la Música. Inmediatamente, nuestra anfitriona, Yolanda Galeras, preguntó si se encontraba algún médico en la sala. En unos segundos, tres eminentes doctores y una conocida y eficaz enfermera que formaban parte del público se presentaron ante su requerimiento. Unos minutos después, certificaron que la señora, ya reanimada por sus cuidados, podía asistir al concierto. Sin ningún problema. Como así fue€Deo gratias!