La cifra de la vergüenza. La cuantificación en euros del ya récord Guinness de las corruptelas políticas ha venido a caer de lleno, como si de un denso alivio intestinal de viejo grajo orondo se tratara, sobre la cabeza del PSOE andaluz. En cualquier caso, y además, no dejen de tener en cuenta que, únicamente, les estoy citando las cantidades de la pieza que, entre bambalinas judiciales, se ha venido a referir como «política», esto es, la de los diecinueve cargos públicos condenados y entre los que tenemos el gusto y el honor de contar con dos expresidentes de la Junta de Andalucía. Pero agárrense, que vienen curvas. No se vayan todavía, como decía el otro, que aún hay más. A lo largo de otras tantas piezas separadas que dimanan de la causa principal, más de ciento ochenta, habrá que seguir depurando en sede judicial la responsabilidad de multitud de encausados, así como desvelar la afiliación política de los beneficiarios del mangoneo y terminar de ventilar los datos más escabrosos de la trama referente a los presuntos gastos particulares de algunos cargos políticos que, a costa de dichos fondos, sortearon más de una cuenta entre lupanares, casas de lenocinio y polvos nasales para no dormir. Tampoco dejen de tomar en consideración, no lo olviden nunca, que la cifra de la que les estoy hablando y que, tristemente, titula la presente columna refiere cantidades cuyo origen inicial procedía de los fondos destinados a las ayudas para el desempleo en Andalucía. No desdeñen, como les digo, el dato geográfico: precisamente aquí, donde no atamos los perros con longaniza, en una de las comunidades autónomas con mayor índice de paro.

Como ven, no hay vergüenza que sea capaz de soportar tanto. Salvo que no la tengas. Y habrá que ver, por otro lado, lo que está por venir, que ésa es otra. ¿Se devolverá lo robado? Lo dificulto. Aquí, cuando de política se trata, lo robado es como lo bailado. Y mientras tanto, aflorando también desde nuestro presente más inmediato como otra penosa realidad que, sin mucha dificultad, bien podemos contrastar con este opíparo saqueo de las arcas, el gasto social andaluz, gestionado por el actual gobierno de la Junta de Andalucía, se tambalea y las subvenciones destinadas a los colectivos más desfavorecidos disminuyen o desaparecen. Tal es el caso, por ejemplo, de la línea de subvenciones para participación en salud gestionadas por la Consejería del ramo y que, entre otros, sostenía proyectos de detección precoz y prevención del VIH, apoyo mutuo, prostitución y trata. Concretamente en Málaga, verbigracia, dichas políticas de recorte también han afectado gravemente a uno de los grandes proyectos sociales que, desde 1983, sostienen las Hijas de la Caridad en la Palma Palmilla: el comedor de Santa Teresa.

Una iniciativa que, de lunes a viernes, da sustento a unas ciento cincuenta personas, la gran mayoría derivadas por parte de los Servicios Sociales del Ayuntamiento de Málaga. Una labor que, actualmente y por inviable, se ha visto sostenida económicamente por la propia congregación y, particularmente este mes, por iniciativas como la verbena benéfica que tuvo lugar el pasado sábado dieciséis de noviembre. La respuesta a dicha convocatoria no sólo fue masiva por lo justo de su finalidad sino por el espíritu de solidaridad que la vecindad irradia en torno al proyecto y a una comunidad religiosa que se alza como referente en la gestión obras sociales y proyectos misioneros, sanitarios y educativos. Resulta verdaderamente vergonzoso, vergüenza que conecto con las primeras líneas de esta columna, que sea la vecindad solidaria, cofradías de Málaga y entidades privadas como Fundación la Caixa quienes aporten el oxígeno económico a un proyecto que, en su más amplio porcentaje, debiera ser ampliamente sostenido por la Administración.

Son las instituciones públicas y políticas las que, en puridad, tienen bajo su responsabilidad la gestión de la mejora de las condiciones de vida de todos aquellos ciudadanos que se encuentren en situación de necesidad o exclusión social. Instituciones que, lejos de estar a la altura, tapan sus vergüenzas, su ineficacia, su vista gorda y su mala gestión política, en ocasiones delictiva, gracias a la solidaridad de otros que, sin alzarse como profesionales públicos del bien común, demuestran más empatía frente a la desdicha ajena, más resolución y, por supuesto, muchísimo más compromiso.