Preferiría ser escritura, no escritor. Escritura de Dios, puestos a elegir, o de Luzbel, las dos deben de poseer una musculatura insólita. Yo pondría la grasa allá donde lo requirieran el sentido, el significado, la semántica. Yo pondría los leucocitos, la hemoglobina, los hematocritos. Yo añadiría las plaquetas, los neutrófilos, los basófilos, pero también, si fueran necesarias, la ferritina y la creatinina. He conocido hombres-escritura y mujeres-escritura y niños y niñas-escritura que al hacerse mayores se desescrituraron porque no conocían su destino. Una escritura sin destino es como la lluvia sobre la chatarra. Aun así, preferiría, antes que escritor, ser escritura sin destino. Y desaparecer en una frase como el poeta se diluye en el soneto.

De momento, termino donde comienza mi escritura. Hay una frontera insalvable entre los dos, entre mi escritura y yo. Hay un muro que no me permite ir más allá. Que venga ella hacia mí, me digo. Que me moldee. Que mi escritura sea la responsable de mis manos, mis ojos, mis clavículas, mis orejas, mis labios. Que ejecute mis órganos internos, mis entrañas, mis vísceras. Que al colocar una oración detrás de otra, mi lengua se vaya formando dentro de mi boca, que mis glándulas empiecen a salivar y mis riñones a filtrar y mis testículos a producir el semen que, debidamente sublimado, se convierta a su vez en escritura significativa. Que la escritura me haga, en fin, de arriba abajo y de derecha a izquierda y de un costado al otro. Pero lo cierto es que con frecuencia me deshace. Ella queda dispuesta para el consumo, y yo listo para el contenedor de residuos orgánicos.

Yo, basura.

Esta lucha por convertirme en escritura comenzó en las redacciones escolares. Nos mandaban composiciones sobre la primavera o sobre el otoño en las que me empleaba a fondo, a fondo. Al principio escribía oraciones largas en la convicción de que era más fácil desleírse en la cadena de subordinadas. Y un poco sí me desleía, pero regresaba a mi ser cuando dejaba de escribir. Hoy por hoy, me disuelvo mejor en la lectura que en la escritura, lo que agradezco de verdad. Aunque nada, ya digo, como desaparecer en un párrafo propio.