Conozco a gente tan decente como inteligente -la mayoría hombres -- que creen que la violencia machista es el sumatorio de actos repulsivos de tarados irremediables. Con un poco de orden, mano dura y buena educación en la escuela y en la familia se acabaría casi con todos los asesinatos machistas, descontando un irremediable cociente de desgracias inevitables, de maniacos homicidas. También conozco a gente - la mayoría mujeres - que propagan que vivimos en una dictadura heteropatriarcal en la que la violencia machista es consustancial con la heterosexualidad. La hererosexualidad -afirman - deviene un régimen político en sí mismo. Mientras tanto, por supuesto, se sigue asesinando a mujeres. Ayer se celebró el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra a Mujer, y amaneció con una mujer asesinada en Granadilla.

El feminismo es un amplio y complejo movimiento emancipador que ha salvado vidas y ha recuperado y defendido - en la teoría y en la práctica -- la dignidad y la autonomía moral de la mitad de la humanidad. Lo ha hecho sin pegar un tiro ni establecer una dictadura criminal y aprendiendo a relacionarse con otros espacios críticos como el socialismo o el ecologismo. Sus victorias deberían enseñarnos que tanto los hombres que he citado como las mujeres que he mencionado se equivocan en el diagnóstico. En la violencia machista interviene una cultura del poder político, cultural y simbólico masculino y masculinizado, desde luego, pero supone un retroceso biologizar lo social y lo sexual. En todo caso, por encima de las diferencias, estaba y está la conquista civil y civilizatoria que supone que la mayoría social reconozca la situación subalterna de la mujer y entienda que debe ser superada, y que tal objetivo haya sido asumido por los partidos políticos y las administraciones públicas.

Pues bien: ese éxito político de los últimos cuarenta años de la democracia constitucional española y del movimiento feminista es lo que ahora mismo está en peligro. El feminismo ha creado un marco de interpretación crítica de la violencia machista que ha sido sancionado por un amplio y razonable consenso político y jurídico: la violencia contra la mujer no es un asunto privado, tiene hondas raíces sociales, educativas y culturales que cristalizan en una cultura machista todavía hoy cuasihegemónica y resulta absolutamente inadmisible y debe ser penalizada. Ese es el marco conceptual de mínimos que ahora mismo se está poniendo en cuestión por la extrema derecha de Vox y, para no molestarles mucho, por el Partido Popular. Debajo del negacionismo sobre la violencia machista que practica Vox y disculpa el PP solo palpita una misoginia casposa y despiadada, un desprecio cebado de miedo y resentimiento hacia las mujeres libres e iguales, un asco militante y facistoide hacia la libertad de ellas, que es, conviene no olvidarnos, la libertad de todos. Es una batalla cultural que representa, al mismo tiempo, un combate democrático sustancial y prioritario. Porque las siguen matando y ahora la ultraderecha, con sus compinches vergonzantes, exige que no siquiera se hable de mujeres asesinadas. Quieren silencio, resignación, la pata rota y en casa.

Están jodidos.