Roberto Bautista Agut iba para delantero centro cotizado. Era infantil y marcaba goles con facilidad pasmosa. Era el máximo goleador de las categorías inferiores del Villarreal. Para cada tanto y cada entrenamiento su padre lo llevaba y aguardaba el tiempo que precisaban los partidos y después regresaban a Benlloc. El día que Roberto decidió cambiar el balón por la raqueta su padre lo volvió a animar y, naturalmente, siguió llevándole a las clases y a las competiciones. Roberto hizo su carrera con el auxilio permanente de su padre. Fue quien más le animó a continuar. Fue la fuerza moral en la que se apoyó para mirar hacia el futuro. Cuando murió su madre ya no tuvo otro apoyo que el de su padre. El de siempre. El inmenso amor fraternal fue el que le impulsó a regresar a Madrid, a la Caja Mágica, para estar con sus compañeros de la Copa Davis. Regresó para formar piña. Se entrenó y con el calor de los compañeros que le guardaron el puesto con un vació evidente en la presentación de los equipos en las semifinales, comprendió que más que apoyar moralmente para llegar a la victoria final, creyó que en honor a su padre, por su recuerdo, por lo que él mismo le habría pedido, pidió jugar. La Copa Davis ha sido una vez más la coronación de Rafa Nadal, mas por encima del triunfo deportivo ha estado la victoria sentimental de un equipo que se solidarizó con su compañero y la respuesta de éste con su reaparición en la conquista de los puntos. Fue el mallorquín quien más ponderó la actuación del de Benlloc. Era para emocionarse con su actitud.

Sergi Bruguera, capitán, se la jugó al alinearle. De no haber alcanzado la victoria, que habría sido comprensible, se le habría cargado con la culpa de decisión tan arriesgada. Pero Roberto le dio la razón. Comenzó de manera un tanto conservadora, pero con el juego se fue animando y sacó a relucir su superioridad hasta llegar al triunfo. Lloró por dentro y por fuera, pero se superó moralmente y se satisfizo ganando como le habría gustado a su padre. Roberto pertenece ya a esa estirpe de individuos que han protagonizado grandes escenas sentimentales. Lo fue el payaso que salió a escena a hacer reír mientras él lloraba por la muerte de su madre. Fue el actor que para no suspender la función pasó del cementerio al escenario con el corazón encogido, pero con el deseo de no defraudar a su progenitor. Pepu Hernández, seleccionador nacional de baloncesto, aguantó en el banquillo dirigiendo al equipo español que se proclamó campeón del mundo. Ocultó a los jugadores la muerte de su padre, noticia que había recibido de un ayudante para que no lo supieran los jugadores. Roberto Bautista Agut hizo grande la memoria de su padre. Engrandeció las virtudes de los deportistas que son capaces de sobreponerse a los peores momentos para no defraudar a los compañeros y, menos aún, al padre que murió horas antes de que ganara uno de los dos puntos que valieron la sexta Davis.