Un soplo de los servicios secretos británicos puso en alerta a los servicios secretos españoles sobre la supuesta presencia en Cataluña de una unidad de espionaje rusa coincidiendo con acontecimientos del procés independentista. Las pesquisas subsiguientes dieron lugar, tiempo después, a una investigación dirigida por el juez de la Audiencia Nacional Manuel García Castellón, que ahora llega a conocimiento del público por la filtración a un periódico próximo a las tesis del Gobierno en funciones del señor Sánchez. La alerta estaría plenamente justificada, de ser cierta, porque según se deduce de las informaciones que publican los medios, algunos de los espías, que se citan por sus verdaderos nombres y apellidos, estuvieron implicados en un pasado reciente en actividades siniestras tales como envenenamientos, secuestros e intentos de asesinato. En la prensa más crítica con el Gobierno, la noticia sobre la presencia de agentes rusos se toma como una maniobra de distracción urdida desde el palacio de La Moncloa. Y no faltan tampoco los que la comparan con uno de los episodios de la serie cómica 'Mortadelo y Filemón', esos dos disparatados agentes secretos inventados por el genial dibujante Francisco Ibáñez, que tenían una habilidad especial para disfrazarse de cualquier cosa. Pese a todo, la supuesta presencia de espías rusos en Cataluña llegó a la mesa donde dialogaban el ministro ruso de Asuntos Exteriores, Serguei Lavrov, y el próximo jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, que alegaron no saber nada del asunto. Lavrov fue rotundo en ese aspecto y Borrell lo tomó un poco a broma. Para el todavía ministro de Asuntos Exteriores de España, «resulta ridícula la pretensión de algún representante del independentismo catalán para que Rusia reconociera la independencia de Cataluña a cambio de que Cataluña reconociera que Crimea forma parte de Rusia». Sean o no ciertas estas informaciones, la afición al espionaje y a los espías tiene una larga tradición en España. Sin remontarnos demasiado en el tiempo ahí está una figura legendaria como Juan Pujol (Garbo), que fue un doble agente de británicos y alemanes durante la Segunda Guerra Mundial. (Sus informaciones falsas hicieron creer a Hitler que el desembarco aliado no se produciría en Normandía ni en la fecha prevista, contribuyendo con ello al éxito de la operación). Ni tampoco vamos a entretenernos con las andanzas de un personaje pintoresco como Ángel Alcázar de Velasco, el espía franquista que conocía los planes para la reconquista del Peñón de Gibraltar. Sin echar la vista tan atrás ahí tenemos, más reciente, la supuesta red de espionaje que montó doña Esperanza Aguirre para seguir los pasos de sus colaboradores más cercanos, como Ignacio González y Francisco Granados. Unos espías muy poco eficientes porque la doña dijo ante el juez que se enteró por los periódicos, y demasiado tarde, de que los dos le habían salido ranas. Para entonces, el ruido de la charca era ensordecedor. Igual, o muy parecido, fue el caso de Alicia Sánchez-Camacho, la que fue lideresa del PP catalán. En la mesa del restorán La Camarga, donde almorzaba con la exnovia de Jordi Pujol junior, alguien metió un micrófono en un jarrón. Y aún están en fase de investigación los supuestos espionajes del excomisario Villarejo o del expresidente del BBVA, el gallego Francisco González. Nos encanta espiar al prójimo.