¿Cuántas veces hemos oído de alguien que ha volado a cualquier ciudad extrajera para celebrar con sus amigos una despedida de solteros sin que el lugar en cuestión le suscitase un interés o una curiosidad especiales?

Ocurre actualmente con los vuelos que ofrecen las compañías de bajo coste como con las rebajas de temporada de los grandes almacenes: la gente se lanza a las ofertas y compra cualquier cosa aunque no la necesite sólo porque le han dicho que todo está más barato.

Da muchas veces igual donde uno vaya: la cuestión en ese tipo de vuelos totalmente superfluos es poder hacer algo que uno no se atrevería a hacer muchas veces en casa porque en el lugar adonde va a pasar un fin de semana nadie le conoce.

Cada vez volamos más y lo hacemos muchas veces con cualquier pretexto sin que parezca importarnos las consecuencias para que esos vuelos tienen sobre el cambio climático, que tanto parece alarmarnos.

El año pasado, la cifra de pasajeros aéreos en todo el mundo fue de 4.300 millones, lo que equivale aproximadamente a la mitad de los habitantes del planeta.

La Organización de la Aviación Civil pronostica un incremento anual de los vuelos de hasta un 4,8 por ciento. En Alemania, por ejemplo, una de las naciones más viajeras, se calcula que en 2030 habrá unos 175 millones de pasajeros aéreos frente a los 120 millones actuales.

La Autoridad del Medio Ambiente de la ciudad alemana de Dessau ha reunido datos estadísticos que desmienten la idea de que el tráfico aéreo es sólo mínimamente responsable de las emisiones de gases de efecto invernadero.

Pues si bien es cierto que la aviación contribuye sólo en un 2,5 por ciento a las emisiones globales de CO2, es importante señalar que los motores de los aviones emiten otros gases igualmente perjudiciales como el metano.

Se ha comprobado además que a la altura a la que vuelan los aviones, los gases resultan entre dos y tres veces más nocivos que las emisiones a ras de suelo.

Todo lo cual significa, según los científicos, que el tráfico aéreo contribuye en realidad ya hoy a entre un 5 y un 8 por ciento al calentamiento del planeta.

La industria de la aviación se defiende señalando que hace ya todo lo posible por desarrollar combustibles alternativos, más limpios que los actuales, pero no bastará ni mucho menos con esas medidas.

Aun cuando las compañías pongan en servicio aparatos capaces de ahorrar emisiones, el aumento previsible del tráfico aéreo no evitará que aquéllas sigan creciendo a un ritmo anual de entre un 2 y un 3 por ciento.

Son pues necesarias otras medidas, entre ellas declarar obsoleto un acuerdo que se remonta a 1944 por el que el queroseno utilizado en la aviación no paga impuestos, lo que hace que volar sea mucho más barato que utilizar, por ejemplo, el tren.

Los vuelos internacionales están además liberados del impuesto sobre el valor añadido, con lo que, si se acabase con esos dos tipos de subvenciones, en el caso de Alemania, por ejemplo, el fisco ingresaría anualmente más de 12.000 millones de euros.

Esos ingresos adicionales podrían emplearse, por un lado, en el desarrollo de tecnologías más limpias y, por otro, en el fortalecimiento de la red ferroviaria de forma que al menos los vuelos nacionales se volviesen totalmente prescindibles.

El Gobierno francés propone aplicar una tasa de 18 euros a los billetes aéreos mientras que un informe de la Comisión Europea indica que gravar el queroseno serviría para reducir en un 11 por ciento las emisiones de ese sector, que en los últimos tres años han aumentado en un 21 por ciento en todo el mundo.

La autoridad medioambiental de Alemania considera además que no deberían favorecerse los vuelos sin escala de hasta 19 horas como el efectuado recientemente, a título de prueba, por un Boeing 787 entre Nueva York y la ciudad australiana de Sidney, separadas por 16.200 kilómetros.

Ese tipo de vuelos sin escala exigen combustible mucho más pesado, que se quema a gran altura y resulta así mucho más nocivo para el medio ambiente. Lo recomendable para ahorrar queroseno, dicen los expertos, serían escalas cada 5.500 kilómetros como máximo.