Recuerdo el momento -hace ya seis años- en el que la nueva Ley de Costas nos llegó mal maquillada y aún menos benigna y clarividente que las dos anteriores. Todavía resonaban en el Parlamento Europeo los ecos del durísimo Informe Auken y su votación, adversa a España. Como publiqué entonces en La Opinión de Málaga ("Omertà", 15 de junio de 2013) la aprobación de esa Ley fue una mala noticia. Después de décadas de corrupción institucional y de un saqueo tan miope como sistemático de patrimonios naturales y culturales muy importantes. A los que necesitamos, hoy más que nunca, para asegurar el futuro de nuestra industria turística. El botón de muestra del puerto de Málaga y el rascacielos que allí desean levantar lo dice todo. ¿Un nuevo Algarrobico?

Ya lo dejó escrito Albert Camus: es el sueño de los dictadores. El que sus víctimas se conviertan en obsequiosos cómplices. Pienso en aquellos oscuros silencios de antaño, en la negación de la verdad, en todo aquello que se nos ocultaba. El fascio regresa, siempre mutante. En realidad nunca se va. Incluso en la Unión Europea. Como en Hungría y en Polonia, otrora también mártires. Sin olvidar el fascio que nos quita el sueño desde sus violentos feudos de Cataluña, donde la "omertà" florece pujante... Afortunadamente, la inteligencia humana puede algunas veces ser prodigiosa. Recuerdo que aprendimos en aquella lejana época a leer los mapas al revés. Incluso en las tinieblas. Generalmente encontrábamos el camino. Y la verdad. Fue aquella una buena experiencia.

Es interesante el no dejar de vincular aquellas lejanas semillas con la peculiar Ley de Costas citada. La Ley 2/2013 del 29 de mayo, aparentemente promulgada para favorecer la protección y el uso sostenible del litoral. Al modificar ésta la legislación anterior (la Ley 22/1988 del 28 de julio) la Ley de Costas actual anulaba parte de la modesta protección existente sobre aquellos bienes de titularidad pública y los ecosistemas que los sustentan. Aquellos que el nuevo texto legal proclamaba proteger. Fue una ley perversa, pues propicia la atrofia de los mecanismos de defensa social ante el expolio y las arbitrariedades que siguen esquilmando nuestros patrimonios costeros más valiosos. Eso sí. Siempre para el beneficio de unos pocos. En eso nunca fallan. Observamos que la pasividad y el silencio resignado triunfan ncluso en colectivos que en el pasado siempre fueron muy beligerantes en la denuncia de la destrucción de los activos paisajísticos y medioambientales de la España con vocación marinera.

Ha coincidido este artículo con los comienzos de mi lectura del reciente libro de Paul Preston sobre la corrupción en España: 'Un pueblo traicionado'. Lógicamente sería una falta de respeto a mis amables lectores y al maestro Paul Preston el adelantar una opinión sobre un texto que todavía no conozco a fondo. No obstante, me parecieron espléndidas por su honestidad estas palabras del ilustre hispanista, entresacadas de la segunda página de prefacio. Las que cito a continuación: «Este libro no pretende insinuar que España sea un caso único por lo que se refiere a la corrupción o a la incompetencia gubernamental: existen otras naciones europeas a las que podrían aplicarse interpretaciones parecidas en diversos momentos históricos. Por ejemplo, mientras escribía el libro, he vivido durante tres años a la sombra del proceso del Brexit en Gran Bretaña. Me ha dolido presenciar cómo una amalgama de mentiras, inepcia gubernamental y corrupción dividía profundamente al país y amenazaba con provocar la desintegración de Reino Unido».