Nunca pensé que soñaría con un policía salvándome de ser peatón amenazado. Vivo en una zona de Málaga -quizá a usted en la suya le suceda lo mismo- convertida en el paraíso salvaje de las dos ruedas a velocidad suelta, y con todo tipo de sonrisas extranjeras conduciendo sin límites su éxtasis. Dan igual las edades, los países y sus profesiones. La gran mayoría sacaron sobresaliente antes y ahora en el Informe Pisa, ese mismo que acaba de congelar los datos de España sobre Lectura porque más del 5% de los alumnos mostró demasiado desinterés por engrasar lenguaje y cerebro con un texto encuadernado. Sin embargo en Málaga aquellos que en conocimientos andan sobrados suspenden deficientemente en educación cuando campean a sus anchas por las aceras, a las que ya ni siquiera se atreven a asomarse las olas. A lomos de patinetes de todos los colores -no existe empresa que no haya desembarcado en El Dorado de nuestra ciudad mercado- o en bicicletas en gincana, engorrados de rojo cada jinete. Han sido estos jockeys quienes por fin han resuelto la incógnita de para qué el ayuntamiento hizo la nueva plaza de La Malagueta, cargándose más de cincuenta aparcamientos públicos del vecindario y ensanchando aceras que desde entonces han atraído más tumulto vehiculizado. Ese corazón de los vientos, ahora ajardinado, se ha convertido en un perfecto parking gratuito para que nuestros queridos visitantes degusten gastronomía tópica en un restaurante cercano y con algún acuerdo lícito en portales de turismo sobre ruedas. Ellas y ellos, los modernos centauros urbanos han tomado en cuadrilla lo que antes era la maravillosa orilla del paseo en familia, en pareja enamorada, en soledad reflexiva o en inspección poética como hacia mi querido Rafael Pérez Estrada de perfil al mar y en soneto libre. ¿Qué diría el Mago de esta moda que todo lo atropella, hasta los pasos de peatones en los que tampoco descabalgan su velocidad, igual que hacen en Ámsterdam y en Copenhague tan respetuosos con zonas de vagabundeo ensimismado?

Se lo he dicho por escrito, no sé la de veces, a mi alcalde. Soy favorable a la alternativa saludable, para el medioambiente y la salud personal, del fomento de la bicicleta pero en carriles seguros y diferenciados de los peatones. Él siempre ha sido un hombre con los pies en la calle y casi todo lo escucha con paciente sonrisa y réplica preparada. Excepto cuando le preguntas por qué no protege a quienes les otorga los espacios que su urbanismo califica de peatonal, en lugar de abandonarlos al desasosiego de los timbrazos por la espalda o a la dentellada veloz de patinetes que a menudo despluman las alas inseguras del flaneur. Y más aún si le interrogas por qué fía el futuro al modelo de colmatar en vertical el paisaje apaisado de la ciudad. En ese tema de los rascacielos lo tiene meridianamente de la torre. Nada como el eficaz despotismo ilustrado de «Todo para el pueblo pero sin el pueblo». Su mejor ejemplo es el del pozo petrolífero de lujo de Catar, contra el que gran parte de la ciudad se ha manifestado, sin que sus alegaciones hayan tenido valor para él ni para el director del Puerto. No sé qué tendrá ese espacio ni su gestión que enseguida sus inquilinos lo entienden como un boyante monopoly náutico y un cargo desde el que mirar por encima del hombro. Al menos a la Plataforma (@noalrascacielos) en contra del opaco pelotazo que desde mayo espera sin noticias la respuesta a una reunión solicitada.

Cuando hay cheques millonarios por medio no hay oposición ni unanimidad ciudadana que valgan. El dinero es la piedra filosofal que convierte en plomo cualquier utopía ideológica. El vergonzoso consenso se acuerda rebajándole el impacto al rascacielos en 15 metros de altura, publicitando con contumacia posverdades de forzados planteamientos y caso omiso de la voz de Adelante Málaga acerca de lo extraño que supone que el equipo de Gobierno permita que la Autoridad Portuaria sea juez y parte del proyecto, al ser la responsable de responder a las alegaciones. Tampoco es muy democrático que sólo escuchen a esa otra parte ciudadana que todo se lo cree hasta que ya no tiene remedio, y feliz de que Málaga se parezca cada vez más a Benidorm. Ninguno piensa, y si acaso tropieza en ello lo imagina hasta fantástico, que en pocos años Málaga podrá tener una palmera Dubaiti con un modo de vida cultural en el que apenas quede nada de lo que fue. Esa singular fachada de farola y bahía de mar, que es también la bonita portada de 'Málaga, cuaderno de viaje' de Mónica López Soler con ilustraciones de Rafael Comino Matas, publicada por Ediciones del Traspiés. Una guía para el que realmente degusta las ciudades caminando a través de su mapa. ¿De verdad reniegan los malagueños de esa identidad en favor de una ciudad absolutamente franquiciada?

Si lo que prima es el business no hay lugar para preguntarse dónde está el límite de lo aceptable, y es lógico que de nada les importe a quienes deciden que los que no quieren apartamentos turísticos en sus edificios ni un territorio cuya alma se compra con petrodólares, anden obligados haciendo las maletas rumbo a la periferia porque los que dicen amar de verdad la ciudad los quieren lejos. Ni que en los espacios urbanos peatonalizados exista pánico a andar en horas punta del trasiego turístico. En mi barrio, de los vecinos en sillas de rueda ya no hay rastro hasta que templa la noche el verano azul de los bárbaros, y a la mayoría de nuestros niños ya les hemos comprado un casco protector, coderas y rodilleras para peatones intimidados. A los solitarios les ha propiciado el ayuntamiento, con sus más de doscientas licencias concedidas, que se vayan a jugarse las perras al nuevo salón de juego de La Malagueta con fachada de reclamo también para el turista. Y si la adicción no es lo suyo pues a tomar viento desde la farola hasta el dique, y que se vayan distrayendo con la construcción del rascacielos que obturará el paisaje y su disfrute, y todo lo que ninguno nos cuenta que está proyectado metamorfosear después con el mismo afán de riqueza. Pero no de riqueza medio ambiental porque son demasiadas décadas sin el mismo ímpetu en la construcción de un necesario emisario submarino para disfrutar de azul el litoral del baño y no sean marrones las espumas de la marea. Tampoco son prioritarias mejores zonas de acceso para los minusválidos que sueñan un chapoteo en el rebalaje, ni la limpieza de los barrios de atrás por los que se descose la ciudad a la que el turismo no llega. Qué empecinamiento en imitar la verticalidad de Alicante y no a su hermoso paseo exento de peligros sobre dos ruedas, y con policía local patrullando la tranquilidad a pie suelto.

Por cierto, llevaba meses preguntándome dónde estaba en Málaga la nuestra, cuando me la topé el sábado en Ollerías cortando el tráfico en favor de una mini procesión de parroquia. Hacía mucho tiempo que de ella ni rastro. Ni en calle Larios ni en el Palo ni en el Palmeral de las Sorpresas, velódromo de ida y vuelta como también lo es mi barrio donde serían muy necesaria para aplicar la existencia del artículo de nombre 121.5. El que advierte de que estas nuevas criaturas de las ciudades sostenibles no pueden desbocarse a más de 25 kilómetros hora ni hacerlo por las aceras, y menos si son de esparcimiento peatonal o hay viviendas cerca. La puerta de la mía más de un fin de semana sirve de aparcamiento improvisado. Lo mismo que te despeinan el resuello en los pasos de cebra, sobre los que por cierto mi alcalde debería encargar darle una manita de pintura blanca y hacerlos visibles. A ver si así se enteran los defensores de que la ciudad es más feliz a bordo de la caballería de que en esos espacios de tránsito es como si los viandantes de infantería nos acogiésemos a sagrado.

Tampoco parece haberse dado cuenta mi alcalde querido, que lo digo de verdad y él lo sabe, de que para que se cumpla todo lo que no se cumple cuando no existe cultura democrática hace falta que esa inexistente policía local sea un presente peatonal. De dos en dos o uno solo, despistado y en sus labores de ángel urbano. Palabrita del Niño Jesús que no es un cuerpo que haya dejado de existir. Los he visto recientemente en Cádiz, en Madrid, en Granada, en Jaén, en Zaragoza, y en cambio en Málaga no los veo velar por quienes hemos dejado de contar en la ciudad. No sé si debido a una pérdida galopante de vocación o a que la administración ofertó al cuerpo unas excelentes prejubilaciones, antes de tener previsto un aceptable reemplazo, y el servicio se ha quedado en cuadro. O si es que ahora la policía local anda camuflada de paisano y recorren las aceras sobre dos ruedas patrullándola.

Tengo que preguntárselo a mi alcalde. Eso, y si estas navidades la cabalgata será en bicicleta y los Reyes Magos la recorrerán en patinete. Mañana, sin falta.