El mundo sigue su marcha acelerada mientras España permanece paralizada con el freno de mano puesto. La Unión Europea, con otros dirigentes, inicia un nuevo período de gobierno esperanzador ante tantos desafíos; América Latina estalla tras la crisis del neoliberalismo extremo que incendió Chile, su escaparate preferido; la tensión Estados Unidos-China, crispada por el cruce de caminos de Hong Kong, amenaza con convertir la guerra comercial en auténtica guerra fría; la probable victoria electoral de Boris Johnson por mayoría absoluta lanzará de nuevo el Brexit a la cara del resto de europeos ... Y en España, entretanto, los políticos reiteradamente elegidos, son incapaces de formar gobierno. El coste, y el riesgo, de esta parálisis nacional ante una dinámica mundial tan acelerada es incalculable.

Estamos, a punto de entrar en el 2020, anclados en 2016, sin que unas cuartas elecciones en cuatro años hayan clarificado nada. Es hora de resolver con urgencia la inacción política, o de impulsar un movimiento de la sociedad civil para que se marchen a casa quienes nos quieran gobernar, pero no garanticen condiciones para hacerlo. Si deben pactar en el Parlamento y no son capaces, se demostrará, si no se demostró ya, que la selección de personal fue equivocada. Si ante los problemas y los desafíos del país se requieren hombres, o mujeres, de Estado, y no pasan de ser políticos de maniobra corta, mejor sustituirlos cuanto antes. Todos. Los de la derecha «tapón», sin más aportaciones que su capacidad de bloqueo, los de la izquierda incapaz, los nacionalistas depredadores y los independentistas que libran batallas del siglo XIX en una Europa del siglo XXI. Unos y otros trabajan en la práctica, como se demuestra elección frustrada tras elección, para el fortalecimiento de una extrema derecha que aboga por una regresión autoritaria. Tenemos aún un gran país, «muy fuerte -como dijo Von Bismarck- porque los españoles llevan siglos tratando de romperlo y no lo consiguen». Pero el crédito no es infinito.

Del incendio social de Chile nos separan más de 10.000 kilómetros. Cierto. Pero no estamos tan lejos. Allí se quebró el frágil sistema de pensiones, se cerraron las oportunidades de progreso económico y social a los jóvenes, «la minoría que apenas paga impuestos se apropió de los beneficios del crecimiento económico», como ha señalado el profesor Manuel Castells, y de pronto el pais se incendió por el aumento de treinta céntimos en el billete de transporte público. O en la Francia olvidada del interior surgió el movimiento de los chalecos amarillos por un aumento del precio del diésel que explotó en los Campos Elíseos de París. Cualquier chispa vale cuando la hoguera se viene preparando con tiempo. Y no se podrá decir que la hoguera del desafecto popular ante la inoperancia política, no se venga alimentando. En América Latina el 83 por ciento de los ciudadanos no cree ya en las instituciones. En España los políticos son considerados el segundo problema para la ciudadanía después del paro. La hoguera puede prender.

Esta partida se juega en semanas. Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y el PNV quieren gobierno, extraño, pero gobierno, antes de Navidad. Esquerra Republicana, que lo desea en privado y lo niega en público, prefiere esperar. Quim Torra pide más polarización en la sociedad catalana, porque se ve que no le parece suficiente. Inés Arrimadas resucita pidiendo un acuerdo entre socialistas, populares y lo que queda de Ciudadanos. Háganlo como quieran, pero no lleven al país a terceras elecciones, que serían las quintas en realidad, porque significaría entregarlo a la extrema derecha. La sociedad civil no está dispuesta a tolerarlo. Pregunten por ahí, escuchen y podrán comprobarlo.